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62 y empezaba a explicar cosas ..., que todo lo que hacíamos, a él le pare– cía que estaba bien.» El buenazo de Simón, con excelente espíritu e instinto de las cosas de Dios (que no falta en las almas de verdad rectas, aunque estén poco instruidas), trataba seguramente de proteger y disculpar a aquellas criaturas contra la actitud y comentarios -¡qué pronto afloraron!– de los torcidos o torpes, que nunca saben encajar la acción divina en flacas realidades humanas, y que hubieran querido ver en seguida a las niñas, como prueba de la autenticidad de sus «visiones», en un estado de perfección absoluta, como ángeles sin miserias 3. Los padres de Mari Cruz, Escolástico y Pilar, no parecían tener el mismo grado de entusiasmo... En cuanto a los familiares de Conchita: «Mi mamá sí lo creía; pero dudaba algo: ¡como habíamos hablado tanto el domingo! Mis hermanos sí creyeron en cuanto lo vieron; y no sólo creyeron, sino que les hiza bien espiritual, y así, a muchos.» ¡Buena señal! La cosa no había quedado en ser algo emocionante, una singularísima ruptura con la monotonía del vivir aldeano: estaba produciendo impacto en las conciencias, llevaba a una revisión de actitudes y conductas, despertaba la necesidad de ser mejor. «Había gente a la que te había gustado lo del domingo, y a otra no le causó emoción. Nosotras, a nuestra vida corriente, a hacer lo que nuestros padres nos mandaban.» Resulta llamativa la frecuencia con que Conchita repite en bastantes pasajes de su diario esto de que ellas se aplicaban sobre todo a cumplir con su obligación bajo la obediencia. De seguro que en «esto» habían sido ya reciamente educadas en aquel ambiente de familias a estilo cristiano tradicional; pero sus con– tactos con el ángel y luego con la Virgen no hicieron sino afianzarlas en tal línea de conducta. Durante aquellas impresionantes sesiones de for– mación -los éxtasis-, según una pedagogía no inventada por hombres, se debió de conceder bastante poca atención a dejar bien informadas a las niñas sobre «los derechos de la persona», sobre las exigencias de su incipiente «personalidad», sobre «la libertad como valor supremo» ...; en cambio, se las dejó para siempre asentadas en la «vieja» doctrina del «negarse a sí mismas», «tomar la cruz de cada día» y estar someti– das a quien correspondiera, por amor de Aquél que «se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!» 4. 3 Hay apariciones y éxtasis que son como un premio a la virtud, al mismo tiem– po que poderosa confirmación en ella; y por eso, sólo se dan en las más altas fases de la vida espiritual, en «los santos», que decimos. Pero hay también apariciones y éxtasis en los que, quienes los reciben, están más para servir de instrumentos que para ser los destinatarios: Dios quiere servirse de ellos para llevar adelante ciertos planes de misericordia fuera de lo corriente. Y en– tonces elige, no a quienes más lo merecen, sino a quienes estima más a propósito según sus designios...; en tales almas pueden coincidir los extraordinarios favores de Dios con muchísimas imperfecciones propias, que irán ciertamente desapare– ciendo, si estas almas tratan de corresponder; pero no de iolpe y desde el primer día, sino como fruto de un perseverante esfuerzo, ya que m en la Naturaleza ni en la Gracia ·1a vida marcha a saltos. Sin tener esto en cuenta, no puede entenderse bien lo de Garabandal. 4 Mt 16, 24. Fil 2, 7.

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