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Se fue con prisas a la montaña 61 dre de Dios, y nuestra, tenía que llenarlas por dentro, con la música de sus palabras y la luz de su mirar y sonreír. No es extraño que al despertar en la mañana del lunes, día 3, el pensamiento de las cuatro fuese inmediatamente para Ella, y corrieran presurosas al lugar de su dicha. «Ha llegado el lunes, 3, y nosotras, ¡muy contentas de haber visto a nuestra Madre del Cielo! A la mañana, lo primero que hicimos el lu– nes día 3, fue ir a rezar allí, al "cuadro", las cuatro juntas.» 2 Juntas, y seguramente solas. Los del pueblo tenían más que hacer: ellos andaban a sus faenas. ¡Ellas estaban igualmente a la suya! Porque después de lo de la víspera, debieron comprender que la oración -con– versar con el cielo- no podía ser una de tantas cosas que pueden ha– cerse en la jornada, sino la primera, la que menos debe descuidarse, la que merece la mejor aplicación. Juntas y solas: bajo el grato cielo del verano, en medio del sosiego y silencio de la naturaleza, renovada y pura después de las horas de la noche. ¿Qué hermosa oración de la mañana! Las cuatro hijas de Dios eran allí, hacia El, corazón y palabra de tamas criaturas de Dios que no podían expresarse: desde el sol hasta los helechos, desde los pájaros que cantaban, hasta las brisas que «soplaban donde querían, cuyo paso podía sentirse, mas sin• poder adivinar de dónde venían ni a dónde marchaban», extraña réplica de lo que ocurre en el mundo del Espíritu (Jn. 3, 8). Juntas y solas: ofreciendo a Dios el nuevo día, extrañamente felices y extrañamente anhelantes, sintiéndose cobijadas y al- mismo tiempo comprometidas por un inmenso despliegue de Amor: ¿hacia dónde las llevaba aquel misterio que de pronto había irrumpido en sus vidas? «Después de rezar allí en el "cuadro", nos fuimos a casa, a lo que nos mandaron nuestros padres. Y después, fuimos a la escuela, con nuestra señora maestra, doña Serafina Gómez. Cuando llegamos a la clase, ella, lforando, nos besaba y nos decía: ¡Qué suerte tenéis!, etcétera... » La emoción de la buena maestra es biep explicable: ¿ cuándo hu– biera podido soñar que en niñas de su humildísima escuela pudiesen ocurrir cosas semejantes? Pero la ola de emoción envolvía a casi todos en el pueblo: «Cuando salimos de la clase, la gente nos decía igual que ella; todos muy impresionados y muy contentos, y creyéndolo mucho. Y nuestros padres, también. Los padres de Loli, su padre Ceferino decía: ¡Cosa como ésta no la hay!» Tienes mucha razón, amigo Ceferino: cosas como las que has empe– zado a presenciar, se han visto muy rara vez en el mundo; o quizá sea mejor decir que, así, no se han visto nunca. «Y así también su madre, Julia. Y la mamá de Jacinta también lo creía. mucho, María; y su padre mucho más, Simón. Si hacíamos alguna travesura, el papá de Jacinta decía que los apóstoles, que hacían eso, 2 Diario de Conchita, página 31.

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