BCCCAP00000000000000000000758

60 nous soyez Reine»: Entre nosotros, con nosotros, ¡sed Reina! Reina en nuestras vidas y hogares. Para Garabandal, ese cántico habría de ser ligeramente retocado: pues en Garabandal lo de Reina quedó como en penumbra ante la des– lumbrante plenitud con que se manifestó, ya desde el principio, lo de Madre. Parece que María vino a serlo aquí, en toda la línea y sin can– sancio. Las niñas lo entendieron y vivieron así ya el mismo día del encuen– tro: aunque enajenadas por la hermosura sin par de la aparecida (y por su aire más de que Reina), no se quedaron en la admiración por «la Señora » (que bien hubiera podido ser «de la Calleja», como lo había sido «de la Gruta» 1), sino que captaron por encima de todo su dimen– sión de Madre y prorrumpieron desbordadamente en confidencias y desahogos hacia Ella. Conchita nos lo ha dicho: «Ese día hablamos con la Virgen mucho, y Ella con nosotras: le decíamos TODO .. . Y Ella se reía porque le decíamos tantas cosas ... Era como una madre, a la que hace mucho que no la ve su hija, que ésta le cuenta todo. ¡Y mucho más nosotras, que no la habíamos visto nunca, y que era nuestra Ma– dre del cielo!» Lo de este primer día dejó ya marcado con su estilo todo lo que iría viniendo después.. . Ella, ¡la Madre!, no sólo recibe, entre interesada y divertida, todo el parloteo de las niñas, con sus cosas, con sus cuitas, con sus «puerilidades», sipo que llega a hacerse entre las cuatro como la madre-niña, que se pone al nivel de sus hijas y va condescendiendo con sus inocentes deseos: les deja que toquen y curioseen su corona de «estrellucas doradas», les pone en los brazos a su Niño, recibe y devuelve besos, y hasta llega en algUJ1a ocasión a jugar con ellas. Pero Ella, naturalmente, no viene para entretenerse, ni para entre– tenerlas... Si Ella desciende, es siempre para elevar. Y así, todas aque– llas cosas, tan poco «serias», que tanto desconcertaban a los «sabios» y prudentes de este mundo (Mt. 11, 25), van resultando en sus manos los elementos de una pedagogía a lo divino con la que adoctrina, pre 0 para y templa para las difíciles tareas del Señor. «¡Oh Dios, Señor nuestro, qué grande es tu nombre a lo ancho de la tierra! Tu majestad está por encima de los cielos. De la boca de los niños y de los muy pequeños, has sacado palabras de fuerza contra tus adversarios, para hacer enmudecer al enemigo y al rebelde» (salmo 8). Pero no adelantemos acontecimientos. Un lunes de emoción Nos imaginamos el sueño feliz que debieron de tener las cuatro esco– gidas en aquella noche de domingo... La realidad maravillosa de la Ma- I Bernardita Soubirous, la vidente de Lourdes, no conoció en seguida que quien se le aparecía a orillas del O'ave era la Santísima Virgen; durante semanas sólo supo hablar de «la Señora», la Señora de la gruta o roca de Massabielle.

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz