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56 quen a Dios por María, y para obtener de El las muchas misericordias que el mundo necesita! Habría que haber oído a la Virgen recitando con las pequeñas el Padrenuestro y el Gloria al Padre... Entonces todo su ser era oración: de amor, de alabanza, de súplica. Pero también recitaba con ellas el Avemaría, y entonces su rezar no era un ejercicio de oración, sino de adoctrinamiento, según nos die.e Conchita. Las cuatro, como todos los demás niños (y los mayores ¿no?), se habían malamente acostumbrado a rezar de prisa, con mala pronunciación, y casi de un modo mecá– nico: había que hacerles ver que no es así como se debe hablar con el cielo. Posteriormente, cuando ya las niñas tenían aprendida la lección 20 , la celestial Aparecida sólo las acompañaba en el rezo del Gloria. «Cuando terminamos el rosario, dijo que se iba, y nosotras le decía– mos que estuviera otro poquitín, que había es tao muy poco ... Y Ella se reía, y nos dijo que el lunes volvería. Y cuando se fue, a nosotras ¡nos dio una pena!» ¿Cómo asombrarse? Los ratos de cielo pasan demasiado aprisa; en cambio, ¡qué lentas transcurren las horas oscuras, de la monotonía o el agobio! «Cuando ya se fue, la gente nos iba a besar, y a preguntarnos lo que nos había dicho. Otras personas no lo creían, porque decíamos mu– chas cosas (¿cómo la Virgen iba a hablar y escuchar tanto?).» ¡Siempre con ese nuestro querer aplicar a todo, también a las cosas de Dios, los mezquinos esquemas y criterios de nuestra mente! Que las niñas habían hablado demasiado... Como si Dios y la Virgen fuesen unos estirados personajes «importantes», a los que hay que ir con etiqueta y programa, porque no tienen tiempo para tratar, aun despachando pronto, sino sobre cosas «serias» o negocios de mucha monta 2 1 • «Mis caminos, dice el Señor, no son vuestros caminos, ni mis pen– samientos vuestros pensamientos. Como de alto está el cielo por encima de la tierra, así de altos son mis caminos sobre vuestros caminos, y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos» (Is. 55, 8-9). «Yo te bendigo, Padre -exclamó cierto día Jesús-, porque has velado estas cosas (los misterios del Reino) a los sabios y sagaces, y se las revelas a los pequeños» (Mt. 11, 25). «Pero la mayoría sí creía, porque decían que era como en el caso de una madre, a la que hace mucho que no la ve su hija, que ésta le cuenta todo. íY mucho más nosotras, que no la habíamos visto nunca, y que era la Madre del cielo! 20 Una de las cosas que más devotamente impresionaban a los visitantes de Garabandal, cuando las apariciones, era el rezar de las niñas en éxtasis. ¡Lo hacían con tal cadencia de voz, tan pausadamente, con tantísima unción... ! Escuchar alguno de tales rezos en cinta magnetofónica fue, de todo lo que primeramente conocí sobre Garabandal, casi lo que más me convenció. 21 Parece que ya desde el principio una de las «fuertes» razones que esgrimieron ciertos varones sesudos contra la sobrenaturalidad de los sucesos de Garabandal, estaba precisamente aquí: en la abundancia y «puerilidad» de los coloquios que las videntes mantenían con sus invisibles interlocutores... Quizá sea un punto de vista muy prudente; pero ¿ha demostrado alguien q_ue las «cosas» de los niños son de menor seriedad e importancia a los ojos de Dios, que los «asuntos» de los mayores?

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