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Se fue con prisas a la montaña 55 «Le decíamos, que andábamos al prao, que estábamos negras, que teníamos la hierba en morujos 18, Y Ella se reía: ¡como le decíamos tantas cosas!» Desde que me encontré por primera vez con la «historia» de Garaban– dal (yo, poco afortunado, que nunca estuve allí para ver nada), siempre esta,s palabras de Conchita me han sonado con música de la mejor sinfonía pastoral. Son como una breve estrofa de puro aire, de aroma virgen, de fresca infancia en que ya empiezan a caer las primeras gotas de fatiga. Con todo su encanto de brisa campestre, esas líneas que le han salido a la pequeña narradora tan cinceladas de gracia, verismo y sencillez, deben desvelarnos a nosotros cuánto de penoso traía ya cada jornada, en aquella sazóJ'.l de verano, a las pobres hijas de una aldea en la Montaña. Tiene su encanto,. indudablemente, andar entre praderías que mues– tran su mejor sazón; y la yerba segada, que se esparce o se amontona bajo el sol, despide el más delicioso aroma del mundo; pero trabajarla en serio, es decir, estar metidos eJ'.l las labores de su recogida, trans– porte y «encierro» o almacenaje .. . ¡que lo digan los campesinos! No nos extrañe, pues, que las niñas de Garabandal, en un 2 de julio, le contaran a la Madre, vista por primera vez, todo aquello de la dura fatiga de ·1a yerba. ¿No era acaso lo más destacable de sus quehaceres cotidianos? Y la Madre estaba allí para saberlo todo: ¡nadie escuchaba como Ella!, porque nadie ama como Ella, porque nadie puede interesarse tanto por todo lo de los hijos como Ella. Su reír o sonreír, lleno de ternura y de gracia, pasaba como brisa de paraíso sobre aquellas cuatro criaturas que tan pronto empezaban a saber de cosas no fáciles en la vida. Al aca– bar ellas su ingenuo parloteo, podía haber exclama'do la Madre con palabras del viejo Isaac: «He aquí el olor de mis hijas, como olor de campos sazonados a los que ha bendecido el Señor.. El haga caer sobre vosotras el rocío del cielo» (Gén. 27, 27). Madre y Maestra «Rezamos 19 el rosario, viéndola a Ella; y Ella rezaba con nosotras, para enseñarnos a rezarle bien.» ¡Humilde práctica del rosario, ahora tan subestimada, pero que debe de tener algún especial y misterioso valor para que las almas se acer- 18 «Prao», en vez de prado: es ·muy corriente entre los montañeses. Las niñas estaban «negras», es decir, bien bronceadas y casi quemadas, por su continua exposición al sol y a los aires. Quizá también «negras» (aburridas) de tanto trabajar. «Morujos» son montoncitos de yerba segada, cuando se recoge por temor a la lluvia para Juego esparcirla de nuevo. 19 Diario. El original dice «recemos». Se trata de i.:na forma de conjugar los ver– bos que ha estado muy en uso por ciertas comarcas :::astellano-leonesas. «Recemos», en vez de rezamos; como «hablemos» en vez de hablamos o «busquemos», en vez de buscamos. Conchita, que escribe en el habla de su aldea, emplea muy frecuen– temente esa forma del pretérito.
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