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Se fue con prisas a la montaña 547 de todo, y lo antes posible; desde luego, antes de que la joven se ence– r.rara ~n. un convento. ~n agosto, parecía muy fácil realizar el proyec– tado viaJe antes de mediados de septiembre, por eso ella dio su consen– timiento para que marchara Conchita al convento en la fiesta de San Miguel. Pero no tardarían las complicaciones... · . Escribe el P. Laffineur: «El 8 de septiembre, en Torrelavega, Con– chita y su madre nos anunciaron formalmente la marcha de la primera a las Carmelitas Descalzas Misioneras de Pamplona. Tal matcha de– bería ser el 29 del mismo mes, fiesta de San Miguel Arcángel; también por esa fecha partirían para Zaragoza Loli y Jacinta. ¿Por qué precisamente en esos finales de septiembre? Porque Aniceta y Conchita tenían buenas razones para creer que su viaje a Italia se iba a realizar antes del día 14, que era el señalado para inaugurar la última sesión del Concilio Vaticano II... \ Pero las cosas se complicaron, y las dos mujeres, a partir de esa fe– cha malograda del 29 de septiembre, hubieron de vivir unos meses muy dolorosos.» ¿Por qué se complicaron las cosas? El P. Luna se había empeñado, «contra viento y marea», como buen aragonés, en llevar a Conchita a Roma, plenamente .de acuerdo con el cardenal Ottaviani, que enfonces . estaba aún al frente de la Suprema Congregación del Santo Oficio. Pero en el obispado de Santander, tan pronto supieron del proyecto, desple– garon todo el abanico de sus posibilidades en Roma y fuera de Roma... para hacerlo fracasar. Algo temían. Veamos cómo lo cuenta el mismo P. Luna en la introducción a un libro suyo sobre otro lugar de «apari– ciones»: «En septiembre teníamos los pasaportes a punto. Pero... A finales de agosto yo me había ofrecido al nuevo obispo de Sana tander, don Vicente Puchol, para ponerle en contacto directo con las niñas. Me dijo que no consideraba necesario, ni siquiera prudente, co– nocerlas 8 • Aseguró estar ya muy enterado, y me confió su plan: encar- 8 ¿Qué necesidad tenía de conocer a las niñas y estudiar bien el asunto, si él estaba plenamente asentado en la doctrina «progresista» de que las apariciones y revelaciones están de sobra en la Iglesia? · Poco después de su nota del sábado, 18 de marzo de 1967, dada con la máxima publicidad (hasta por televisión), con la que él creyó .que enterraba definitivamente a Garabandal, Mons. Pucho! subió al pueblo para ver de liquidar aquello con la mayor suavidad y eficacia: él era sumamente educado y cortés. Era domingo y .el pueblo asistió en masa a su misa. Se esperaba que su homilía fuese un poner en claro las cosas que tanto preocupaban a todos. Pero el obispo eludió el gran tema.. ., y todos salieron con la impresión de que se había limitado a «comentar el evan– gelio». Sin embargo, Aniceta, que estaba atentísima y en vilo, para no perderse nada, captó algo, que luego me ha confiado a mí con absoluta seguridad: el señor obispo, en un momento de su predicación, bajando la voz y como de pasada, soltó esto: Ya sabemos qué después de lo que nos trajo Jesucristo ya no puede haber más apariciones ni revelaciones. Grueso disparate, muy repetido ahora, que nos da una pobre idea de la for– mación teológica del obispo... No parece que esté .él muy en comunión con el Supremo Magisterio, que nos ha dicho, por ejemplo: «Cristo, desde el \Cielo, mira siempre con particular afecto a su esposa (la Iglesia), desterrada en este mundo; y cuando la ve en peligro, ya por sí mismo, ya por medio d1! sus dngeles, ya por

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