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Se fue con prisas a la montaña 533 últimos años a través de no pocos lugares de «apariciones>i y de nume– rosas «videntes» de todo tipo. Pero si tal afirmación debe entenderse en sentido relativo, con rela– ción a Garabandal, entonces se nos advierte tan sólo que allí- ya no cabe esperar más mensajes. Lo mismo puede decirse a .propósito de la segunda afirmación, la de. que ya estamos «en los últimos avisos» ... ¿Cuál de las dos interpretaciones es la acertada? Sinceramente, no lo sé. Lo que sí me ·parece bien claro es que en Garabandal se nos ha adver– ticio de forma inequívoca sobre la inminencia de unas «horas» muy graves, decisivas, que yo no dudaría en calificar de «escatológicas».... Como no hagamos caso de esta postrera advertencia-amonestación, en orden a cambiar, vendrá inexorablemente sobre la humanidad un tre– mendo despliegue justiciero de Dios. El desenfreno ;moral y la apostasía han alcanzado ya verdaderas situaciones-límite. Exhortación a buscar remedio por la enmienda Debéis evitar la ira de Dios sobre vosotros con vuestros esfuerzos. Es preciso que os enmendéis. Habéis de sacrificaros más. Pensad en la Pasión de Jesús. Provocamos -· la ira de Dios sobre nosotros con nuestras rebeldías, con nuestros desórdenes, con nuestros extravíos. Todo el mal está en que nos empeñamos en seguir nuestros caminos, en vez de buscar los caminos de Dios. . , . Nuestros caminos resultan muy fáciles, basta con dejarse llevar... ; pero son caminos de pecado, de pecados (que ::io sólo existe ese «pecado del mundo» que tanto jalean ciertos nuevos. textos), y no llevan más que al desastre. En cambió, los caminos de üios, ¡qué difíciles nos re– sultan a veces! Son caminos de acierto y salvación; pero sólo pueden recorrerse con esfuerzo y sacrificio: dos cosas que no gustan nada a nuestra viciada naturaleza... Que el mundo -los hombres carnales- esté por la molicie, y no por la milicia, por el disfrute y no por el ser✓icio, por la comodidad y no por el esfuerzo, por el buen vivir y no por el vivir bien... tiene su explicación. Pero que esto mismo esté ya ocurriendo ampliamente en la Iglesia resulta de una gravedad mortal. Nubes de pseudoprofetas, que hablan mucho de renovación y «en– carnación», están empeñados en descalificar el sentido ascético y peni– tencial de la vida, como si no fuera de signo evangélico, sino desprecia– ble residuo de una .ñoña y equivocada espiritualidad monástica, que hoy ya no merece ninguna atención. ¿Sacrificarse? ¿Negarse? ¿Renun– ciar? ¡Qué cosa más absurda! Ni clérigos ni laicos quieren ya saber nada de eso: la antiascética está a la orden del día. ¿Para quién diría Jesús aquello de «negarse .a sí misrno y tomar la cruz de cada jornada»? Desdeluego, no para los que sólo le recuerdan o invocan para hablar de liberaciones, promociones y desarrollo...

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