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532 La encíclica no logró atajar sustancialmente el mal. Casi tres años más tarde, el 8 de mayo de 1968, el mismo Pablo Vl se vio obligado a explicar así su propósito de asistir al Congreso'_Eucarístico Internacional que iba a celebrarse en Bogotá (Colombia) por los días de agosto: «No es la solemnidad exterior lo que nos atrae hacia allí, aunque tenga tam– bién ella su altísimo valor... Es la afirmación del Misterio Eucarístico la que allá nos lleva; una afirmación que quiere consolidar fuertemente y expresar de forma inequívoca la fe de toda la Iglesia Católica .. ., una confirmación actual de la doctrina eucarística, frente a la ineptitud, la ambigüedad y los errores de que adolece cierta parte de nuestra gene– ración respecto al Misterio central de nuestros altares.» Lo que era del todo imprevisible en el Garabandal de 1965, está ya a la vista de todos: el despego, cuando no abierto desdén, de muchos sacerdotes hacia las formas de culto que la piedad católica de siglos había ido creando en torno a la Eucaristía; el arrinconamiento de sagra– rios o tabernáculos en tantas iglesias; no pocas de éstas, dispuestas, o presentadas, más como centro de reunión que como lugar de encuentro con el Señor Jesús, siempre presente entre nosotros; la supresión de comulgatorios; las comuniones hechas de cualquier modo y, desde luego, sin «acción de gracias»; la desaparición progresiva de las fun– ciones eucarísticas vespertinas, de las adoraciones nocturnas, de las «Cuarenta Horas», de las procesiones del Corpus... Una anécdota reveladora. Cierto día de enero de 1968 me encontraba yo en la estación de Sevilla, a la espera del tren de Cádiz á Madrid; paseaba por el andén con un muchacho de vocación tardía, que había empezado sus estudios teológicos en el seminario diocesano... Charlá– bamos amistosamente y, de entre las cosas que le escuché en aquella charla, se me quedó especialmente grabada ésta: «El otro día hablaban varios seminaristas sobre las cosas que cada uno pensaba hacer en su iglesia tan pronto como se viera al frente de una parroquia. Uno de ellos, después de decir lo que tenía pensado en cuanto a imágenes, dis– posición de altares, colocación del ambón, etc., terminó así: "Lo que no tengo decidido aún es lo que voy a hacer con el sagra1to ... Aunque, bue– no, quizá cuando nos llegue a nosotros la hora, ya no tengamos problema, por haber desaparecido".» El hombre se ha equivocado, seguramente; pero ahí queda eso, que algo podrá' decirnos sobre si es verdad que «a la Eucaristía cada vez se le da menos importancia». Advertencia de lo que se prepara - Os diré que este mensaje es el último. - Ya estáis en los últimos avisos. No sabemos si la primera de estas dos afirmaciones debe entenderse en sentido absoluto o si tiene sólo un alcance relativo. En caso de ·entenderse en forma absoluta, quiere decir taxativamente que no habrá más «comunicados» del cielo antes de que suene la gran hora; estamos ya suficientemente advertidos. Y entonces habría que dar por no auténticos los muchos mensajes que vienen proliferando estos

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