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530 Y lo más grave es que la cosa no se queda sólo en los · simples sacerdotes. Está archicomprobado que en la transmisión del mensaje se habló también de obispos y hasta de cardenales. Los testimonios no se pueden recusar. Pregúntese al mencionado P. Luna sobre su impresión cuando, bien cerca de Conchita, extática, le oyó claramente decir con aire de terrible sorpresa: « ¡Obispos! ¿Obispos también? ... » 7 Varias otras per– sonas atestiguan lo mismo. Y a la vista tengo una carta del veterano profesor de Moral y Derecho de la Universidad Pontificia de Comillas, P. Lucio Rodrigo, S. J. 8 , dirigida al P. Ramón Andreu, y fechada el 13 de noviembre de 1965; dice en ella: «El jueves hace quince días, el señor cura de Barro me trajo a Aniceta y Conchita, a las que di la comunión en la capilla de esta .enfermería. Hablamos largo, juntos; y luego, yo a solas con Conchita. Ella me confirmó textualmente que en el mensaje del día 18 de junio el ángel metió explícitamente a obispos y cardenales. Pero vino después el rasgo de prudencia, verdaderamente sobrenatural e inspirada, de la niña, para callar a éstos (en el texto del mensaje) por– que "ya entraban en lo de sacerdotes".» 9 Los que entienden de Iglesia y saben de su historia, estarán, creo yo, inmunizados contra una sacudida de terrible sorpresa como la que tuvo Conchita aquella noche del éxtasis. Porque no ignoran que los obispos son pieza clave en la estructura de la Iglesia; pero no ignoran tampoco que, al lado de innumerables pastores que cumplen como buenos (o como muy buenos) con todo lo que deben a Dios y a su pue– blo, también se han dado y se darán pastores mercenarios, causa fre– cuente .de las peores tribulaciones que pueden afligir a la grey del Señor. El 5 de enero de 1971 se hizo pública en Roma una exhortación apos– tólica dirigida por Pablo VI a todos los obispos, con ocasión de haberse cumplido el quinto aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II. El Papa emplea por lo general un tono fuerte y apremiante, bastante inusitado en él, que demuestra su preocupación porque no todos los obispos están cumpliendo con su deber: «Numerosos fieles se sienten turbados en su fe por una acumulación de ambigüedades, de incertidumbres y de dudas en cosas que son esen- »Que se retire de vez en cuando en el silencio, para escuchar a Dios, que les habla constantemente. Que piensen mucho en la Pasión de Jesús, para que sus vidas puedan estar más unidas a Cristo sacerdote y así invitar las almas a la penitencia, al sacrificio... »Hablar de María, que es la más segura para llevarnos a Cristo. »Y también hablar, y hacerles creer, que, como hay Cielo, hay también Infi~rno. »Creo que esto es lo que el Cielo pide de sus sacerdotes.» 7 Para aquella aldeanuca que era entonces Conchita, resultaba inconcebible un sacerdote malo, ¡cuanto más un obispo! El lejano «señor obispo» tenía para los habitantes de nuestras viejas aldeas la aureola de lo incuestionablemente sa– grado, por encima de las comunes fragilidades humanas. 8 Este benemérito sacerdote, obligado por sus superiores al silencio sobre Gara– bandal, no se recataba de dar en privado, cuando debidamente se le pedía, su opinión del todo favorable a aquellos hechos, considerados en su conjunto. 9 Parece, pues, incuestionable que el ángel dijo en su mensaje que «muchos sacer– dotes, hasta obispos y cardenales, van .camino de perdición». Si luego no se puso literalmente así en el texto escrito, fue porque se creyó más prudente, dadas las circunstancias, quitar un poco de carga a la tremenda denuncia.. . Al fin y al cabo . «también los obispos y cardenales eran sacerdotes».
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