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Se fue con prisas a la montaña 523 El señor Poch Soler vio así la escena: «Sobre las doce menos cuarto de la noche, Conchita, seguida de algunos sacerdotes y siete guardias civiles, sube por "la Calleja", en estado completamente normal. Avanza con la mirada fija. _Los "flash" de los fotógrafos empiezan a disparar sobre ella. Un guardia civil le pregunta: "¿Es aquí; Conchita?" -"No, señor; un poco más arriba." »Al llegar al sitio señalado, la joven se desploma de rodillas sobre las afiladas piedras del camino. Ha empezado el éxtasis. »El momento es emocionante. Los ojos de Conchita han quedado fijos en el cielo; ríe y pronuncia unas palabras en voz muy queda... ; pero en seguida cambia totalmente de expresión y unas lágrimas ruedan por sus mejillas. »Fotógrafos y .operadores de la televisión disparan sus cámaras, y sus fogonazos de luz le dan de lleno en los . ojos, plenamente abiertos, pero ella ni parpadea ni hace el menor gesto. El éxtasis es absoluto 24 .» De él dicen los testigos de «L'Etoile dans la Montagne» (págs. 70-71): «El éxtasis fue parecido a los que ya tantas veces habíamos presenciado en el pueblo... : señales de la cruz sobre sí misma, con una piedad y una majestad indecibles; transfiguración de su rostro, que resplandecía de luz interior; un sonreír angelical, que en ciertos momentos se cambiaba por un aire de gravedad verdaderamente solemne; movimiento de la– bios entreabiertos, alternando con · silencios propios de quien está a la escucha; lágrimas que van brotando lentametne, que se corren a la sien y van dejando como un surco de cristal...» Por su parte, el corresponsal de «Le Monde et la Vie» escribió: «Conchita estaba allí, ante mis ojos, en el centro de un círculo de lin– ternas y de focos, volcados sobre ella. Su cabeza, que he podido con– templar bien durante casi todo el éxtasis, se mantuvo inmóvil, echada hacia atrás en la forma que muestran tantas fotografías. Y su rostro aparecía diáfano, extrañamente bello y transparente, excitando la admi– ración de todos ... » Singularmente valioso es el testimonio del P. Luna: «Me encontré, al fin, en alto, a poco más de un par de metros de Conchita, que ya estaba en éxtasis y a quien veía y oía perfectamente. »Me impresionó aquella belleza sobrehumana de su rostro, hablan– do sin pestañear, entre torrentes de luz que proyectaban focos, cámaras y linternas. · »Me sobrecogió verla llorar, como hasta entonces nunca había visto. De sus ojos brotaban lagrimones, que se juntaban en hilillo y, tras lle– nar la concavidad de su oreja izquierda (única visible para mí en _aque– llos momentos), caían al suelo como el agua de un grifo mal cerrado ... »La oí decir con voz entrecortada y jadeante: "¡No ..., no... ! ¡Todavía no! ... ¡Perdón, perdón! ..." Luego la vi elevarse unos sesenta centímetros, con 1~ mano -derecha en alto y sin apoyo alguno; para caer nuevamente contra el suelo, de rodillas, con un escalofriante chasquido. 24 De todo este éxtasis hay un buen documental en los archivos de NO-DO, en Madrid. Yo he podido verlo en sesión privadísima. Desde los tiempos del ministro Fraga Iribarne (y seguramente por exigencia del obispado de Santander), dicho documental se guarda entre el material más estrictamente reservado.

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