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Se fue con prisas a la montaña 521 Entre los sacerdotes llegados a Garabandal, seguramente el que más interés despertaba era el P. Pel, «famoso estigmatizado, a quien llama– ban "el P. Pío francés" 16 , conocidísimo en Francia por su santidad y dones milagrosos; a sus ochenta y siete años de edad, se movía y ha– blaba con gran desenvoltura». Pero el que más activo se mostraba y quien parecía tener mayor en– trada en la casa de Conchita, era el español don Luis Jesús Luna, que había llegado de Zaragoza. Para él fue el privilegio de estar cerca de la vidente durante bastantes horas del día... Seguimos con el reportaje del señor Poch Soler: «La tarde avanzaba, sin que Conchita anunciase el momento de la aparición. »Acabó haciéndose de noche; pero ¡cuán cierto es que la fe mueve las montañas!: nadie se desanimaba ni abandonaba su puesto... 17 Sona– ron las ocho, las nueve, las diez de la noche ... Se rezaba sin cesar; se elevaban al cielo plegarias y cantos en todos los idiomas .. . »Hasta que un escalofrío de emoción sacudió a todos: a la puerta de la casa salió un sacerdote 18 y, hecho silencio, dijo a la multitud: -De parte de Conchita, que todos se dirijan a la Calleja, a lo que llaman "el Cuadro", porque allí será el éxtasis.» La desbandada que estas palabras produjeron fue inenarrable ... Todos corrían alocadamente, por ver de conseguir el mejor punto de observación. El citado don Aniano Fontaneda dice en su carta al P. Andreu: «To– dos querían llegar los primeros; a mí casi me desnudan, de los empu– jones que me daban de todas partes; muchos rodaron por el suelo: yo mismo levanté a Mercedes Salisachs 19 y a otros dos que, al subir por aquellas cuestas, tropezaron y cayeron ... » El también ya citado P. Luna escribe: «Después de haberme estado varias horas junto a Conchita (precisamente por beneficiarme de su 16 Por referencia al capuchino italiano P. Pío de Pietrelcina, famoso en el mundo entero por su extraordinario apostolado y _carismas místicos. El P. Constant Pe! murió el 5 de marzo de 1966, convencido de la verdad de Garabandal. 17 Conchita se mantuvo a la puerta de su casa, entregada a la multitud, «hasta que cayó la noche, y no sabemos si ella tuvo tiempo de comer algo más que un cacho de pan. Como le daban escalofríos, se retiró al interior, a la cocina; mas para no decepcionar a nadie, abrió la venta:rn y se puso a la reja, continuando desde allí. su agotadora tarea de mostrarse amable con todos» («L'Etoile dans la Montagne », pág. 68). " Parece que el citado P. Luna, de Zaragoza. 19 La conocida escritora de Ba'rcelona . Cualquier persona inteligente sabrá disculpar el frenesí con que toda aquella multitud corría a ocupar posiciones. No es para alabarlo, pero sí para tener com– prensión ante él. Esta comprensión aparece en el reportaje del señor Poch Soler: «El espectáculo ya no sólo resultaba impresionante, imponía casi miedo... Una mujer arrastraba a su hijo de 5 años por entre las _piedras: ei pequeñín lloraba, pero la mujer. no podía prestarle atención, había que llegar a un buen sitio como fuera. El ciego americano (Joe Lomangino) subía cuesta arriba ayudado de sus familiares. Un invá– lido de ambas piernas me pidió que le diese la mano para poder trepar por aquel pedregoso camino... El drama humano que condu~e a todas _estas pe~s.onas hasta "el Cuadro" nos sobrecoge a todos. Estos seres tienen su vida cond1c10nada por el sufrimiento, y su admírable resignación es el mejor milagro de esta noche en Garnbandal.»

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