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Se fue con prisas a la montaña 519 cios de las puertas, en los pajares, en las cuadras, en las cocinas, en medio de las calles ... En nuestro deambular nocturno por ellas, tan irregulares y pedregosas, tuvimos qué andar con sumo cuidado, sor– teando a los muchos que dormían tendidos sobre el suelo, bajo la luz débil de la docena de bombillas que habrá repartidas por el pueblo. »Uno de los dos bares o tabernas que existen en Garabandal perma– neció abierto durante toda la noche, aunque su reducida capacidad apenas pudo albergar de doce a quince personas ... En él nos acomoda– mos nosotros para escribir. Al lado teníamos a dos inglesas, que con los codos apoyados sobre la mesa dormían plácidamente. En el suelo, dos sacerdotes franceses rezaban el rosario en voz baja. Otros tomaban una cerveza y salían luego a tumbarse en plena calle, bajo la luna clara que iluminaba aquella no.che de Garabandal.» Con todo esto coincide ,el corresponsal francés de «Le Monde et La Vie» (número de agosto de ese año), quien dice, además, que hasta bien entrada la noche, de los más diversos lugares del pueblo subían las plegarias y los cantos piadosos en latín, en español, en francés ... Con la llegada del día, la afluencia fue creciendo y la animación era enorme por las calles. «La mañana -dice el corresponsal francés cita– do- fue pasando bastante bien; cada uno iba llenando el tiempo lo mejor que podía: se rezaba, se cantaba, se tomaban fotos, se hablaba con los vecinos, haciendo multitud de preguntas sobre las hiñas y sus éxtasis ... » La casa de Conchita era, naturalmente, el principal punto de aten– ción. Sólo ella iba a ser la protagonista de lo que todos estaban espe– rando; sólo ella podría decir el lugar y al hora. La joven, dieciséis años, tardó en aparecer ante los curiosos, pues su madre, con toda razón, no la dejó levantarse hasta bien entrada la mañana. Quienes más importu– naban con deseo de verla .eran los periodistas. «Conchita -escribe en su reportaje el señor Poch Soler- infundía a todos los informadores de prensa un respeto profundo. Colegas de París, de Portugal, de Madrid, operadores de No-Do, esperábamos impacientes, pero sin enojarnos, el momento de poder hablar con ella. "Tengan ustedes un poco de pacien– cia, nos decía la madre. Comprendan que la niña está fatigada; ayer mismo todavía estaba enferma, con cuarenta grados de temperatura. Ella está deseando hablar con todos, abrazar a todo el m·mdo; soy yo quien no quiere que salga a la calle".» Al fin, la puerta se abrió de par en par y en su marco- apareció la jovenzuela, pálida, bien abrigada, pero con su mejor sonrisa para todos. Durante horas, «ella se dejó como devorar por la multitud, hasta por las mujeres más indiscretas: sonreía, dedicaba estampas, se dejaba fo– tografiar, respondía a incesantes preguntas, prometía rogar por las más varias intenciones, trataba de consolar a los más afligidos, abrazaba a los pequeños ... » («L'Etoile dans la Montagne», pág. 68). Por fin, «a las dos de la tarde de ese día 18 -continúa el señor Poch Soler-, logramos hablar con Conchita. Confieso que ha sido éste el mo– mento más emocionante de mi vida periodística. Jamás un personaje me había infundido tanto respeto y confianza a la vez... »La entrevista tiene lugar en la cocina de su casa.. Están presentes su madre y dos hermanos, dos•• fuertes mozos del Norte, que sustentan

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