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516 El señor Ruiloba andaba casi siempre flotando entre el creer y el desconfiar. Cada calle, casi cada rincón del pueblo, podría traerle el recuerdo de «cosas» vividas muy personalmente por él 7 ; sin embargo, el hombre no era capaz de sobreponerse a sus fluctuaciones. Y la tarde del día .25, martes, estando con Ceferino en casa de éste, nueva– mente empezó a sacar . las «cosas negativas» que creía haber visto en las «apariciones» y en las niñas. Ceferino, que en esto nunca se quedaba atrás, le sec.undó ampliamente, y de tal modo se despachaban los dos, que llegó un momento en que Julia 8 ya no pudo aguantar más y les cortó la conversación, para recordarles unas cuantas cosas de signo muy distinto que ninguno de los dos podía negar. .. El marido no tuvo más remedio que asentir, y aún añadió por su parte ciertas «pruebas» maravillosas que él mismo había recibido; pero como si se avergonzara de ello, le hizo jurar a don Plácido que nunca las diría a nadie. Parecía darse en él, como en bastantes otros del pueblo, un regodeo extraño para demoler o desmontar toda esperanza. El 6 de junio, do– mingo de Pentecostés, cuando nuevamente el matrimonio Ruiloba apa– reció por su casa, Ceferino les recibió con estas palabras: «Amigo Plácido, todo esto se acabó; no ha sido más que una farsa ... Y lo que anda anunciando Oonchita, pura mentira. Yo ya lo advierto. Como lo he hecho siempre. Ya fui otra vez a decírselo al señor obispo ... Si la gente sube ese día 18, allá ellos. Yo dejo correr la bola... » Su hija Loli, que estaba presente, tuvo algunas intervenciones durante la conversa– ción, con palabras y actitudes que no resultaban mucho más comedidas que las de su padre 9 • Así andaban las cosas por aquellas alturas en vísperas ya de la gran fecha. 7 El mismo Plácido contó un día al doctor Ortiz que al principio de las apa– riciones, una de las niñas, después del éxtasis, le había hablado del estado de su conciencia como si lo estuviera leyendo. Y su mujer, ·Lucita, añadió que a partir de entonces el hombre había cambiado muchísimo. 8 Esposa de Ceferino, madre de Loli. ' Las dudas de Ceferino, o sus alternativas de creer y no creer en lo que estaba pasando, se mantuvieron indefinidamente. Pero, al fin , a la hora del último viaje, parece que recibió una clara luz, que hubo de confortarle para dar felizmente el gran paso. Murió el 4 de junio de 1974, a los 56 años de edad y a punto de cumplirse los 13 desde el comienzo de aquellos fenómenos en los que se vio implicado tan de cerca. Dos días antes de su fallecimiento, el 2 de junio, andaba por Garabandal un grupo de peregrinos con una imagen de la Virgen de Fátima; en la plazuela can– taron la Salve y otros cánticos, y Julia abrió las puertas y ventanas de la casa, para que rezos y cánticos llegaran mejor hasta la cama del pobre enfermo, a ratos casi inconsciente; luego ella se puso junto a una ventana de ,la planta baja, escondida, pero llorando y rezando casi a gritos... Acabados los cantos, pidió a uno de los muchachos del grupo que le diese una flor de las que adornaban la imagen; y fue a ponerla en el crucifijo que pendía sobre la cabeza del enfermo: Ceferino salió entonces de su letargo y empezó a mirar a un lado y a otro como si buscara algo, mientras decía: ¡ La señal! ¡ La señal! Julia le acercó el crucifijo con la flor, él tomó ambas cosas con gran devoción y se quedó con la flor en la mano, lleno de paz y alegría, como si la flor fuese para él la «prueba» que al (in le daban sobre algo que le pr_eocupaba hondamente. .. Julia, para la cual esa muerte tem– prana de su marido ha sido un durísimo golpe, cree ahora en las apariciones «como nunca».
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