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Se fue .con prisas a la montaña 513 Tan importante comunicación de Conchita parece que no trascendió hacia fuera durante mucho tiempo, pues en las cartas y datos que he visto de los primeros meses de 1965, no he dado con referencia alguna a eso del Aviso, que debería haber ocupado la atención de todos 4 • Lo que acaparó dicha atención fue el anuncio de la nueva visita del ángel para el 18 de junio. Muchos de los que se mantenían en la fe de Garabandal empezaron ya a hacer planes, y hasta a reservar habitacio– nes. El mismo día 1 de ener.o escribía Maximina a doña María Herrero de Gallardo: «Siento muchísimo, pero muchísimo, tener que decirle que yo, las dos camas de que dispongo, las. tengo ya comprometidas de siempre .con don Celestino y don Luis Retenaga. He preguntado en otras casas y me dicen que, como falta aún· tanto tiempo, que no se pueden comprometer. El pueblo se está poniendo en muy mala marcha (se refiere a que van despertándose egoísmos y afanes de lucro con esto de la afluencia de forasteros) ... Quizá no venga tanta gente como se espera; pero yo creo lo más fácil que no se pueda andar por el pueblo, de la gente que venga. Porque la gente está anhelando volver a ver apariciones.» Por estas líneas podemos imaginarnos cómo era, en los comienzo¡, de 1965, el ambiente de aquel pueblo tan distinguido entre todos desde. hacía varios años. Está claro que en dicho ambiente no penetró. de pronto la noticia y expectación del Aviso; pero Conchita seguía teniéndolo muy presente, y a lo largo del año habló sobre él a diversas personas, repitiendo fun– damentalmente lo que ya sabemos por Maximina, aunque añadiendo otros pormenores, que en su hora se verán. Mientras llega el día anunciado La noticia de Garabandal, como lugar de extraños fenómenos, se iba extendiendo por el mundo, y a la apartada aldea llegaban sin cesar nue– vos visitantes. Todos querían saber, por las mismas protagonistas, qué es lo que había pasado. Y éstas no siempre podían atenderles en sus deseos: o porque la afluencia de curiosos rest¡Jtaba a veces agobiante, o porque ellas tenían obligaciones que no podían descuidar, o· porque sus fami– liares ponían dificultades a los que llegaban. Pero lo más órdinario, por parte de las videntes, era tratar de com– placer a todos. En tal línea de «complacer» no podía entrar, está claro, el poner por escrito las cosas que podían contar. Aunque hubo alguna excepción. Por ej~mplo, en el caso de William A. Nolan, americano de Illinois (U. S. A.). Este señor apareció por Garabandal en marzo de 1965, y quiso informarse de Conchita sobre todo lo que había pasado. No podían 4 La misma Maximina, tan puntual siempre en informar de todo lo que ocurría a sus amigos los Pifarré, de Barcelona, no creyó conveniente decirles nada sobre el Aviso hasta pasados muchos meses,. y esto porque ellos le preguntaron: «A lo que me preguntáis· del Aviso, pues yo creo que sí, que es verdad; por lo menos yo algo le he oído a Conchita... » (carta del 9 de septiembre).

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