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Se fue con prisas a la montaña 507 También el interior de la iglesia se ponía como nuevo 4 • .• Se decía que "gracias a la generosidad americana" ... Y la realidad psicológica del pueblo evolucionaba al compás de los cambios exteriores. La paz de los corazones no era más que aparente. Sólo las viejas mu– jeres de cara arrugada, marchita, guardaban aún la sonrisa y los ojos benévolos de antes. Las familias se miraban ccn envidia mal disimulada. A propósito de las apariciones, no reinaba, n:: mucho menos, la unani– midad... No pocos vacilaban, haciéndoseles demasiado larga la espera, pues el famoso milagro no acababa de llegar. Hombres y mujeres que incansa– blemente habían seguido a las cuatro videntes en sus éxtasis, ahora se mostraban incapaces, salvo algunos ancianos sJenciosos y cierto número de almas más sólidas, de atenerse a lo que tantas veces había visto, oído y tocado.. . Pueblo con apetito desordenado de fenómenos milagrosos, estaba caído ahora en una ceguera espiritual, e:i una especie de endureci– miento, que no podía menos de asombrar a quienes llegaban de fuera con la mejor intención. Si alguno les preguntaba: "Y bien, ¿qué hay de las apariciones?", respondían ellos: "¡Ah, señcr! De eso, ya nada... "» Buen espécimen de tal actitud resulta este desahogo de María, la ma– dre de Jacinta, al P. Laffineur: Yo sí creo, cua11do estoy ante un éxtasis; pero cuando el éxtasis acaba, ya no creo más. Yo creería para siempre, si se produjera el milagro. ¡Admirable sentido de la fe! Otro botón de muestra. Un abogado español en día muy caluroso, des– ciende solo de Garabandal hacia Cossío. A mitad de camino, se encuen– tra con una mujer del pueblo, que sube penosamente, caminando al lado de su ourro, bien cargado. Se saludan, e intercambian unas palabras, al mismo tiempo que buscan protegerse contra los rayos del sol: -Bien, señora, ¿cómo va "eso"? -Hace mucho calor, como usted ve. -Desde luego; pero yo preguntaba por otra cosa. ¿Qué hay de las apariciones? -¡Ah! -Sí, ¿qué se piensa ahora en el pueblo? -En el pueblo ahora no se piensa nada... -¿Cómo así? Yo mismo he sido testigo de los éxtasis. -Al principio,· eran de verdad; pero ahora... -¡Vaya! Al principio, de verdad, y ahora, ¿tal vez una mentira? -Al principio, ciertamente eran de verdad, y yo le puedo dar una buena prueba... (refirió al abogado algo muy personal que les había ocu– rrido a ella y a su marido en un éxtasis de Loli). Entonces si era la Virgen quien se aparecía. ¿Por qué no empieza Ella de nuevo?» («L'Etoile dans la Montagne», L. c.) Esta. conversación a la vera del camino, entre Cossío y Garabandal, es plenamente reveladora... Y uno piensa: aquella pobre gente del pueblo tenía disculpa de tal actitud en su ignorancia y en el abandono en que la habían dejado quie- 4 «Nos están arreglando la iglesia; el altar mayor queda precioso» (la misma Maximina, en carta del 11 de noviembre).

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