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so Iglesia y los signos del tiempo parecen; más bien, estar proclamando todo lo contrario 7. Tal vez las grandes horas no han hecho más que comenzar. Y la Mujer enemiga del Dragón, y el Angel de los Supremos Combates, con– forme al capítulo 12 del último libro inspirado, habrán de desplegar entre nosotros una acción verdaderamente decisiva. Mucha atención a lo que nos puedan pedir. ¿ Quién era el misterioso compañero de San Miguel en aquella pri– mera hora «mariana» de Garabandal? Ni las niñas han llegado a saber– lo. Pero bien podemos suponer que se trataba de otro ángel de pri– mera fila, puesto que se mostraba tan semejante en todo al número uno, que se les podía tener por «mellizos». Tal vez San Gabriel. ¿Quién como él para acompañar a María, a cuya existencia y destino estuvo tan estrechamente ligado? (Le. 1, 19; 1, 26) *. «Al lado del ángel . de la derecha, a la altura de la V irgen, veíamos un ojo de una estatura (tamaño) grande; parecía el ojo de Dios» s. Quizá alguno encuentre esto del ojo muy poco «actual», y hasta demasiado fácil (como cosa de vieja lámina de catecismo) para insertar en una aparjción... Bien; las niñas de. Garabandal no entendían nada de láminas, y consta que ninguna preocupación de ser «actuales» tenían entonces: decían sencillamente lo que creían haber visto. Lo del ojo venía a inculcar sensiblemente, a ellas y a nosotros, una verdad muy poco sensible, la gran verdad que tantos hombres de hoy quieren des– conocer: que nada nuestro pasa sin más... , que ¡nada de que nosotros mismos podamos pasar sin tener luego que dar cuenta a nadie!; todo se observa, todo se nos pone en cuenta, para cuando llegue el día de la «retribución». Ahora, situación de libertad; pero después, ¡ningún final de impunidad! Al final, LAS CUENTAS. Y con toda exactitud, porque «no hay cosa que no esté desnuda y patente a los ojos de Aquél a quien daremos razón» (Heb. 4, 13) 9. 7 Sé de buena fuente que cuando dijeron a Conchita lo de la supresión de la oración a San Miguel al final de las misas, ella exclamó: «¡Qué pena! Ahora que hacía tanta fal.ta . .. » * Jacinta me ha dicho años más tarde, que ellas no supieron que el Angel de sus apariciones era el arcángel S. Miguel hasta que se lo dijo la Virgen este día 2 de Julio. -¿Y puedes decirme quién era el otro que acompañaba a la Virgen en dicha aparición? -San Gabriel. -¿_Está~ ~egura? -;seguns,ma. 8 Según el brigada don Juan A. Seco, «las cuatro videntes al comienzo del éxta– sis lanzaron un grito a la vez: ¡La Virgen!». Poco después, se le oyó decir a Conchita: «¡Uy! Qué ojo». Este ojo misterioso debía de estar enmarcado por una luz especialmente impresionante. Según el mis– mo testigo, las niñas aparecían, seguramente por primera vez, con lágrimas en los ojos, mostraban mayor rigidez que nunca y estaban muy pálidas, «con cara de cera». «La q,ue más lloraba era Mari Cruz, a la que un médico agarró por la man– ch'bula inferior para torcerle la cara y que no mirara tan fijamente: no lo pudo conseguir, a pesar de la fuerza que hizo, que yo oí como un chasquido y term que le hubiera hecho daño a la niña.» 9 El Apocalipsis, 1, 14, nos presenta al Señor con ojos «como de fuego», para significar -anota la Biblia de Jerusalén- lo penetrante de su conocer divino, que todo lo escudriña, hasta lo más escondido.
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