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500 será el último Papa. No se comprende cómo la Iglesia pueda subsistir sin su Fundamento y Cabeza, que es el sucesor de Pedro... Si falta él, ¿no tendrá que presentarse abiertamente entre nosotros el Señor, para rematar con esa su Segunda Venida la OBRA que inauguró o puso en marcha con la Primera? En tal «Parusía» 37 , o procederá El ya a la gran consumación que supone el Juicio Uni– versal y Final (con lo que el «fin de los tiempos» será prácticamente lo mismo que el «fin del mundo»)... o se limitará de forma inmediata a cambiar la marcha de las cosas, de modo que entren en la recta final hacia la gran Consumación ... (tal vez a esto se refiera San Pablo cuando dice: Es preciso que El (Cristo) reine, hasta poner a todos los enemigos bajo sus pies... Cuando le estén ya sómetidas todas las cosas, entonces El mismo se ofrecerá en sumi– sión a Aquel que ha querido someterle todo, y así, por fin, Dios será todo en todos (l.ª Cor. 15, 25-28). Cabe también otra posibilidad: la de que al hablar de los tres últi– mos Papas, se apunte a su condición de estar asentados en Roma, como todos sus predecesores; sólo en esto serían los últimos, porque tal vez siguieran después algunos Pontífices extrarromanos ... ¿Cabe ortodoxa– mente tal posibilidad? Cuanto más lo pienso, más verosímil encuentro esta última hipó– tesis. La Iglesia empezó en Jesusalén; allí tuvo San Pedro su primera sede. Luego, por la defección de Israél, que después de llevar a la muerte al Mesías Salvador, rechazaba violentamente su Obra, ésta tuvo que bus– car asentamiento entre las «Gentes», las naciones gentiles; y su capita– lidad se instaló en Roma, cabeza entonces indiscutible del mundo gen– tílico. La sucesión de San Pedro se fue perpetuando así en quienes le con– tinuaban en la Sede episcopal romana. Obispo de Roma y Papa de la Iglesia, Cabeza del Colegio Apostólico-Episcopal, fueron desde entonces realidades que se fundían en una mism'a persona. Pero si Roma perece o desaparece -con lo que deja de tener sen– tido el que haya obispos de ella-, y Jerusalén empieza a ser de verdad, en un Israel convertido, o cristiano, lo que tanto han anunciado las pro– fecías bíblicas: «Ciudad Santa», «Ciudad del Gran Rey», de la que «sal– drá para todos los pueblos la Ley y la Palabra del Señor» ... , ¿dónde tiene su lugar propio el Sucesor de San Pedro, el Vicario de Cristo, a no ser que el mismo Cristo se presente en persona? La Iglesia volvería a tener su Centro en el mismo lugar de donde partió. ¿No podría apuntar a la inminencia de una hora prefinal, en que, a tenor del Apocalipsis (11, 3-6), el hombre del C.i.rmelo, Elías, emprenda su última actuación de vocero y testigo del Señor? Hay veces en que creo incluso descubrir un cierto parentesco eufónico entre el nombre de Garabandal y el nombre hebreo o árabe del Carmelo. Casi para pensar en dos Carmelos: el de Oriente y el de Occidente; el del Israel según la Carne, que ahora se prolonga en el del «Israel de Dios», que es la Iglesia; ambos escogidos como lugares de salvadoras teofanías... con presencia de la Virgen. ' 7 « Parusía» es un término bíblico y teológico que designa la solemne manifes– tación del Señor.
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