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498 »He estado dudando durante mucho tiempo. Pero ahora que he visto a la Santísima Virgen, vestida de negro, derramando lágrimas y pidién– dome que cumpliera mi misión, ya he dejado a un lado todas mis dudas. Combatiré, hasta el día en que Dios reinará sobre la tierra como en el cielo... »En 1950, Dios mismo me consagró Papa en Sorrento (Italia). Era el 7 de octubre, fiesta del Santísimo Rosario. Desde las cuatro hasta las ocho de la mañana, yo estuve en comunicación con El... Yo desciendo de San Pedro en línea directa espiritual, por Pío XII... »Salvar al mundo de un inmenso diluvio, moral y material, y ende– rezar a la Iglesia, que marcha hacia el abismo: he aquí la razón y el fin de mi vida. Así daremos respuesta al Secreto de Fátima, que anun– ciaba un "Papa milagroso" para llevar a cabo esa misión.» ¿ Quién se ha interpuesto, entonces, para que tod~ esto no se rea– lice? Miguel-Clemente XV lo dice sin rodeos: «Pablo VI, amigo de Satán... A la muerte de Juan XXIII, él mismo declaró: "Yo no quiero ser Papa; es un francés quien está ya designado." Conocía el Secreto de Fátima, por haberle hablado de él Pío XII. Pero luego prefirió ser un usurpador, y con su lamentable pasado... » · Así de fácil es la explicación de nuestra desgracia. Porque ésta, que ya no es precisamente ligera, se va a agravar alarmantemente: «Las naciones serán destruidas por una guerra atómica sin prece– dentes, si Clamente XV no toma oficialmente la dirección de la Iglesia.» Lo ha dicho él. * * * Hemos visto cómo Conchita repite que ella no oyó que detrás del último Papa viniera el «fin del mundo», sino «el fin de los tiempos ». ¿ Qué diferencia puede haber? Cuestión difícil, que exigiría para su esclarecimiento demasiadas pá– ginas. Hagamos aquí sólo unas breves reflexiones, para que el asunto no quede demasiado a oscuras. Hablar del fin del mundo es referirse a aquel punto último de la His– toria en que la realidad que circunda al hombre, dejara de ser como es, para cambiarse en otra muy distinta y mucho mejor: «Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra ya pasaron... No existirá muerte, ni llanto, ni dolor, ni fatiga, ¡::1brque las cosas pri– meras están ya acabadas. Y dijo el que estaba sentado en el trono: "He aquí que hago nuevas todas las cosas" » (Ap. 21, 1-5). Tan sustancial cambio habrá de comportar, ciertamente, una impresionante serie de convulsiones y de ruinas, pues a causa del hombre, obrador de iniquidad (Mt. 13, 41), el paso de lo caduco a lo definitivo no será precisamente suave: «Los cielos y la tierra de ahora están reservados para el fuego, en el día del juicio y de la destrucción de los impíos ... Ese día, Día del Señor, llegará como un ladrón. En él estos cielos desaparecerán con estrépito, los elementos se disolverán abrasados por el fuego, y así quedará al descubierto la tierra con todas las obras que hay en ella» (2.ª Pet. 3, 7-10).
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