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496 raciones, y él me dijo: "Vaya y pídale que muestre el documento que se– guramente traerá de Roma." »Cuando se lo pedí, él me contestó: "No, no traigo ningún documento; la orden me la dio Juan XXIII en forma verbal." Fui a comunicárselo a don José Ramón, y él me dijo: "Esto me da mala espina: ¡sabe Dios quién será este tipo! Yo, desde luego, no quiero saber nada de este asunto; no quiero líos." Y se largó de allí.» Entretanto, la gente que llegaba para ver al curioso personaje, iba en aumento, y todos creían estar ante una importante figura de la Iglesia... El manifestó entonces su deseo o propósito de celebrar misa para todos ellos allá arriba, en los Pinos, pues llevaba altar portátil y tenía atribuciones para celebrar en . cualquier sitio. Pero Margarita Huerta le disuadió, haciéndole ver que aquello no causaría buena impre– sión en el pueblo, pues todos sabían de las prohibiciones del obispo de Santander... El hombre quedó bastante desconcertado, y se disculpó con que personalmente ignoraba tales prohibiciones, «aunque a él no le obligaban de ningún modo». Margarita no podía conocer lo que en aquellos momentos, en conver– sación aparte, le estaban diciendo a su amiga Fuencisla los dos acompa– ñantes del pers<;maje: que «él era el auténtico Papa, el Papa "Flos flo– rum" anunciado por la profecía de San Malaquías para después de Juan XXIII , y que era a él, Clemente XV, y no al falso Pablo VI, a quien había que acatar». Fracasado lo de la misa, «Clemente XV» manifestó a Margarita otro deseo: verse con las niñas de las apariciones. En seguida fue alguien a buscarlas ; pero éstas, por lo que fuera, porque alguien las hubiera ya advertido de lo sospechoso del personaje, no quisieron acudir. El quedó no poco contrariado, y entonces Margarita trató de suavizar la situación: (<Tenga usted en cuenta que el obispo de Santander há prohibido que suban aquí sacerdotes y religiosos sin licencia por escrito, y como usted no trae ningún papel, ni suyo, ni de Roma, la gente ya ha empezado a mirarle con desconfianza. » «Entonces me rogó que le buscase una casa donde poder cenar y dormir. Les llevé a casa de Tiva, y me invitaron a que les acompañara en la cena; acepté la invitación.. . Antes de acabar, todavía Clemente XV insistió en su deseo de verse con las niñas; le dijo al acompañante de más edad: "¿Por qué no vas con esta señorita a casa de Conchita, y le dices que venga aquí?" El contestó sin demasiados miramientos: "¿Yo? ¿Por qué voy a ir? ¡De ningún modo, yo no voy!" Clemente XV se quedó sin decir palabra. »En fin , se fueron a dormir. Y a la mañana siguiente, muy de madru– gada, en su gran coche, abandonaron el pueblo.» Aquella marcha precipitada tuvo su explicación. La tarde precedente, tan pronto como llegaron a oídos de don José Ramón los rumores de que aquel tipo quería hacerse pasar ·nada menos que por el auténtico Papa, él se fue donde Ceferino, que era el alcalde del pueblo, para decirle que la estancia allí de tal sujeto iba a traer no pocos líos y disgustos a todos ... Entonces Ceferino se presentó ante Clemente XV para hacerle saber que, si no salía inmediatamente del pueblo, daría parte al comandante de la Guardia Civil de Puente Nansa.
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