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Se fue con prisas a la montaña 43 no fuera más que como desagravio a Dios y a la Virgen por lo tonta– mente que habían estado mofándose. Todos acogieron muy bien la idea (por una vez no contó su invete– rado «respeto humano»), y en la soledad de la noche y de los moptes, con el leve acompañamiento de algún tintineo de esquilones de vacas, el invernal escuchó por primera vez, o como nunca, el rosario de unos hombres que han sentido de. cerca el inexplicable misterio de Dios. Esta noche de los vaqueros debió de dejar huella, pues mes y medio más tarde, cuando don Celestino Ortiz hacía sus primeras subidas a Garabandal, quedó «gratamente sorprel}dido ante la actitud con que aquellos hombres rústicos rezaban el rosario por las- calles acompa– ñando a las niñas, todos con la cabeza respetuosamente descubierta»... Habló de ello con uno, y recogió este desahogo: « .. . Nosotros, los que cuidamos del ganado por el monte, bajamos al pueblo los sábados, para rezar el rosario con las niñas; arreglamos los ganados más pronto que otros días. Y es que rosarios como éstos no se pueden perder: valen por mil de los que antes rezábamos en la iglesia. -¿No será un poco exagerado? -No, doctor, no. En la iglesia, muchas veces, estamos distraídos; pero aquí rezamos y VAMOS PENSANDO.» Y llegó el mes de julio. Su primer día era sábado. «Ese día vino mucha gente,· como era día de frl Virgen, a lo mejor se nos aparecía.» En «el cuadro», y a la hora de costumbre, las niñas, acompañadas de una multitud expectante, fueron desgranando las avemarías de su rosario. Y al final, vino el ángel.. . Pero esta vez no se limitó a sonreír, esta vez, ¡por fin!, ¡HABLO! Y sus más importantes palabras fueron éstas: «Vengo a anunciaros la visita de la Virgen, bajo la advocación del Carmen, que se os aparecerá mañana, domingo». Fuera de sí por el gozo, las cuatro exclamaron a la vez: <c¡Que venga pronto!» El ángel sonreía. Por fin, aparecía claro el porqué de tan repeti:las visitas del miste– rioso personaje celestial: ¡había venido a preparar caminos! Y bien podía suponerse que lo que se preparaba, lo que iba a venir, era de muchísima monta, pues el entrenamiento había sido largo e intensivo. Las niñas, plenamente gozosas con el gran anuncio que acababa de hacérseles, se desahogaron a gusto con aquél que tantas veces habían visto, pero a quien nunca hasta ahora habían escuhado. ¡Era tanto lo que tenían que decir y preguntar! También el ángel estaba en plan de hablar sin restricciones. ,,Ese día nos habló de muchas cosas», escribi– ría después Conchita. La mayor parte de tales cosas quedarán para siempre en el misterio, pues seguramente sólo interesaban a las inter– locutoras.

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