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Se fue con prisas a la montaña 41 Tan evidente debía de ser su pena, que la gente buena del pueblo se creyó en la necesidad de consolarlas. El miércoles, día 28, fueron como de cost~mbre a la escuela. «Cuando salimos, las del pueblo, al vernos tan tristes, lloraban y nos besaban, mientras decían: ¡Rezad mucho para que vuelva! Cuando llegó la tarde, fuimos a la calleja, e hicimos como de cos– tumbre. La gente rezaba el rosario con más fe que nunca... Y al termi– nar las letanías, se nos apareció, y vino como nunca de sonriente.» Las niñas se desahogaron con muchas preguntas, pidiéndole sobre todo que les dijese por qué venía... No obtuvieron más que sonrisas*. Es decir, no obtuvieron aclaración alguna; pero sí una felicidad tal, que, durando el éxtasis como una hora, de nueve a diez de la noche, a ellas se les hizo «un minuto o menos: tan contentas estaban con él». Tampoco el jueves, día 29, y el viernes, 30, negó el ángel su visita a las niñas 31. Fausti:no González es un vaquero o pastor que vive en el vecino pue– blo de Obeso (también del ayuntamiento de Río Nansa y sobre una altura que muestra la vieja torre de los que fueron señores del lugar); pero tiene que ir muchas veces a los montes de Garabandal, porque posee allí un «invernal», es decir, una cabaña para el ganado, con pas– tos en tor:no. El poeta cántabro José del Río Sainz (1884-1964), · que visitó Gara– bandal mucho antes de que este nombre empezara a sonar fuera de * Muchos encontrarán extraño este proceder de la aparición; sepan que los «cami– nos de Dios» no están para ser fácilmente comprendidos... Bernardita Soubirous, la vidente de Lourdes (y conste que las niñas de Garabandal nada sabíqn de Lourdes) decía al P. Gondrand en una carta de 1861: «Ella no me dirigió la palabra, hasta la tercera vez en que se me apareció». Y las apariciones de Lourdes fueron muchísimas menos que las de Garabandal. 31 Tal vez fue en fa aparición de este día, último viernes del mes del Sagrado Corazón, cuando Jacinta vio también al Señor, «de pie sobre una especie de nu– becilla blanca, mostrando el corazón, de un rojo vivo (y que despedía rayos blan– cos y dorados), sobre la parte izquierda de su pecho... No habló a la niña; pero con la actitud de su mano izquierda le presentaba aquel su Corazón, mientras le hacía señas, con fa derecha, para que se acercara. Jacinta obedeció, y quedó deslumbrada por la belleza y resplandor de sus vestidos, más aún de su perso– na...; aquella claridad era muy superior a la que había visto en el Angel, e incluso superior a la que después vería en la Virgen. Esta visión de Jacinta tuvo lugar en fa Calleja, mientras sus tres compañe– ras, arrodilladas a su lado, contemplaban a San Miguel; la visión duró sólo (o así le pareció a ella) unos instantes; pero le dejó una impresión indeleble, aunque guardara sobre la misma total silencio, durante no pocos años. De tal visión, dos cosas le impresionaron sobre manera: la mirada de Jesús y su porte majestuoso. . Aquella mirada penetraba hasta lo más profundo del alma: ¡no la hubiera po– dido sostener por largo rato! Y, sin embargo, aquel mirar del Señor «estaba im– pregnado de un amor inmenso». En cuanto a:l porte o aire de suprema majestad, no olvidemos que Jesús es «EL SE&OR»..., que ante El «debe doblarse toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los abismos» (Fil 2, 9-10).

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