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Se fue con prisas a la montaña 39 En el curso del éxtasis, uno de los médi:::o... Oigamos a la pro– tagonista: «Este día, el médico nuestro de cabecera 26, cuando yo estaba viendo al ángel, me tomó a mí, me levantó, y me dejó caer de una altura como de un metro, y al caer al suelo mis rodillas sonaron como una calavera (crujido de huesos); mi hermano le intentó quitar de que hicieran eso, pero una fuerza interna lo echaba hacia atrás. De todo esto yo no me daba cuenta; pero la gente me lo contó después 21. Terminada la aparición, toda la gente se veía muy emocionada y todos querían ver mis rodillas, y yo no sabía por qué 28.» Desde «el cuadro» las niñas y muchas otras personas se dirigieron a la iglesia, a concluir piadosamente allí, con el rezo a Jesús Sacramen– tado, lo que tan emocionantemente se había v:vido en la calleja. Las niñas pasaron después a la sacristía, <donde había médicos y sacerdotes»; éstos las asediaron a preguntas, a las que ellas contestaban con la tranquila ingenuidad de unas montañesucas firmemente sanas y rectas, de tan despierta inteligencia como pobre cultt¡.rá.. Resultado: «de los sacerdotes, algunos no lo creía~, otros sí». ¿A quién puede extrañar? En primer lugar, era aún demasi do pronto para tomar una postura decidida, y en segundo término, nu ca las cosas de Dios resultan tan convincentes desde el principio, que desmonten en seguida toda resistencia. ¿Cómo fueron recibidos los mensajes y declara– ciones de Jesús? ¿Qué experiencia fue adquiriend9 San Pablo en su pre– sentar el Evangelio a las comunidades judías que encontraba por sus «viajes apostólicos»? Sirva de dato revelador lo que se dice como final de la actuación de Pablo y Bernabé en Antioquía de Pisidia: «Y abra– zaron )a fe, los que estaban preordenados o destinados a la vida eterna» (Hechos, 13, 48). Por lo demás, ninguna obligación había de creer en estas cosas de Garabandal; no eran de las «necesarias». Aquí, la cuestión era sobre todo de mayor o menor apertura al Misterio, de sensibilidad espiritual. Fue también en esta noche dominical del 25 de junio cuando afloró -por primera vez, según creo- una cierta «explicación», que iría in crescendo y que jugaría grande y lastimoso papel en toda la historia de estos sucesos. Se halla como perdida en unas líneas del diario de Conchita: «Estuvo presente el maestro de Cossío; pero ese día no creía, y decía que todo era comedia; y a mi hermano se lo dijo: ¡Qué bien lo hace tu hermana!» Sí, estas cuatro aldeanucas, con mentalidad (a causa de su aisla– miento) de crías de 8 a 9 años, que jamás han visto ni una película, ni un programa de televisión, ni una obra de teatro, se revelan de pronto 26 Don José Luis Gullón, residente en Puente Nansa. Z1 Durante los éxtasis, la insensibilidad de las videntes era total. Ni sentían ni veían nada que estuviese fuera de su «campo»... Y su campo estaba muy aparte de aquel en que se movían los observadores. 28 Confirma don Juan A. Seco el episodio del médico levantando a Conchita con grandísimo esfuerzo, y añade: «Al terminar, y examinar a las niñas, se obser– vaban claramente las marcas de la caída, y también de los pinchazos, los arañazos y los golpes, que a manera de pruebas, habían hecho algunos a la vidente, sin que ella demostrase la menor reacción de dolor al recibirlos. De nada se había enterado y nada le dolía: sólo le quedaban las señales.»

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