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38 Nos llevaron a la iglesia, y don Valentín, el párroco, nos fue metiendo una por una en la sacritía, para que le dijéramos cómo había sido.» La aparición de este sábado tenía particular interés, por lo de los letreros, que podían ser el comienzo de desvelación de aquel extraño misterio de la calleja; pero las niñas no estaban en condiciones de satis– facer la explicable curiosidad del cura. Absortas en la contemplación del ángel, que superaba toda maravilla de este mundo, y no entendiendo aquello de los números romanos, apenas pusieron atención en las raras escrituras, que hasta el mismo ángel se negaba por el momento a explicar*. «El cuadro» Como cualquiera puede suponer, el día siguiente, domingo, último de junio y octava del primer «fenómeno» de la calleja, el pueblo rebo– saba de forasteros; entre ellos estaba «el señor maestro de Cossío 23 » (no sé por qué Conchita le menciona tan expresamente), cinco sacerdo– tes 24 , que «p.o creían», y unos cuantos médicos. El aire de San Sebas– tián en aquel hermoso día de junio era como de romería. Y su gente «seguía entusiasmada». No era para menos: con tan inauditas maravi– llas a diario y en su casa... más la creciente admiración de la comarca entera... ! Cuando el sol se inclinaba ya sobre el horizonte de alturas que hay al noroeste, toda la masa se agrupó en torno al famoso lugar de la calleja. Previsoramente los del pueblo habían montado allí, con estacas, maderos y sogas, una barrera de protección para las niñas: por su forma cuadrangular, recibió en seguida la denominación de «el cua– dro», y con este nombre tendrá que salir muchas veces en la historia de GarabandaP 5 • Gracias a tal tinglado de defensa, las niñas podrían entre– garse tranquilamente a su «visión», sin el peligro de las inconsideradas, aunque explicables, avalanchas de la gente, y se facilitaba también que estuvieran más a su lado quienes para ello tenían más derecho o más importaba: padres y hermanos, médicos, sacerdotes. Se empezó como de costumbre, con el rezo del rosario... y el ángel no faltó a la cita de las niñas, ni a la expectación de toda aquella multitud. * Recientemente (octubre de 1975) he preguntado a Jacinta: -El letrero que el Angel llevaba aquellos días a sus pies, ¿os resultó dificil de leer, o lo pudisteis leer con toda claridad? -Ya casi no me acuerdo; lo que sí recuerdo, es que nos llamaba mucho la aten– ción aquella serie de letras mayúsculas cuyo sentido no entendíamos; luego nos dijeron que se trataba de números romanos. -Por lo visto, vosotras no entendíais lo que quería decir el letrero: ¿os dío el Angel alguna explicación? -No; fue la Virgen quien nos lo explicó después. 23 Este maestro sigue (1970) en la misma escuela. Se llama don José Gallego. 24 El de Puente Nansa don Pedro Gómez (ex jesuita y ya totalmente seculariza do); el de Carmona, don Juan González (natural de Garabandal); el de Celis, don Arsenio Quintana!, y el de Rivadesella, don Alfonso Cobián, acompañado de un padre dominico. 25 Según las notas .del brigada, don Juan A. Seco, parece que este tinglado pro– tector se había montado el día anterior, 24 de junio, sábado.

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