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34 La mencionada Clementina Gonzá1ez da otra versión de los hechos; y su discrepancia con el relato de Conchita puede explicarse fácilmente, ya que ésta, sólo a través de lo que alguien le dijera después, pudo conocer lo que hal!ía ocurrido en torno suyo y de sus compañeras durante el éxtasis, mientras que Clementi;na González lo vivió como protagonista. Según ella, la cosa fue así: Ella había ido a casa del señor maestro, y estaba con su mujer Concesa, cosiendo, sentadas a la entrada de la vieja casa (ya no existe, en su lugar se levanta ahora el «Mesón Serafín»); vieron llegar a las cuatro niñas ... , y Conchita se dirigió a ella, Clementina, pidiéndole que las acompañara hasta el lugar de la calleja donde querían rezar. Cle– mentina accedió; y también Concesa se fue con ellas. Comenzaron los rezos de las niñas... , y sólo al cabo de un rato, al darse cuenta de que en la calleja «había algo», empezaron a llegar otras personas, como Angelita, Aurelia -tía de Conchita-, el chico mayor de la misma Cle– mentina -de diez años-, etc. Las que habían llegado, movidas sólo por la curiosidad, no tomaban aquello en serio, y al ver que no pasaba naqa, a pesar de los rezos de las niñas, reían y hablaban... Pero la entrada súbita de las niñas en éxtasis les hizo no poca impresión. No podíap ver bien la transfigura– ción de su rostro, por estar todas ellas a espaldas de las videntes; qui– sieron pasar adelante para contemplarlas de frente; pero la primera que lo intentó, Angelita, retrocedió temblorosa, pues había sentido como un obstáculo misterioso, que «le impedía el paso y la echaba ha– cia atrás»; entonces, desde su posición, inclinándose hacia adelante y alargando el cuello, pudieron ver algunas, de lado, el rostro de las niñas y escuchar algo de su quedo hablar... Clementina fue pronto la más emocionada, ante aquel espectáculo tan inimaginable; y segura de que allí había algo, algo del Cielo, empezó a decir a Conchita, gritando casi: «Conchita, hija, pídele a la Virgen del Carmen, pídele al Sagrado Corazón, que nos amparen... que os digan lo que quieren de nosotros» ... Hablaba de ir a buscar al sacerdote... , de ir en busca de todo el pueblo... porque aquello, ¿qué podía ser aquello? Algunas de las presentes no compartían su extraordinaria emoción, has– ta reían aún... ; fue entonces cuando ella, y no la tía de Conchita, dijo aquello de «¡Ay, hijas! Si vosotras no creéis en esto, es que- no creéis en Dios». «Todos los que nos habían visto ---escribe Conchita- bajaban al pue– blo contándoselo a todos, quienes quedaban muy impresionados, pues nunca se había visto ni oído cosa igual.» Sí, es muy fácil suponer cómo correría «la noticia» por todos los grupos, por todas las casas ... y sobre qué serían los comentarios de todas las cocinas en aquella grata noche de junio. «Esto pa:rece de Dios» La «noticia», naturalmente, llegó también, y bien pronto, a don Valentín.

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