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Se fue con prisas a la montaña 33 tarde del miércoles, 21 de junio de 1961, por primera vez va a haber observadores desde fuera. Oigamos de nuevo a la protagonista: <<-Por la tarde, después de hacer lo que teníamos que hacer (es ésta una observación muy importante: el cielo enseña siempre a "cumplir", porque es de allí de donde viene todo orden), pedimos permiso a nuestros padres para ir al mismo lugar en que se nos aparecía el ángel. Pero al ir hacia la calleja, viendo que la gente no nos creía, le dijimos a una señora que se llama Clementina González, que si quería acompa– ñarnos ... ,· pero ella no quiso venir sola, pues dudaba, y fue a llamar a otra señora, de nombre Concesa. Así, al darse cuenta otras personas de que veníamos acompañadas, se unieron también, y llegando a la calleja, nos pusimos a rezar el rosario. Terminamos, y el ángel no vino. La gente se reía mucho, y nos decía: Rezad ahora una estación. Así lo hicimos, y al terminar, se nos apareció el ángel...» En medio de su embeleso, no se olvidarop ellas del encargo del párroco. «Le preguntamos que quién era y a qué venía. Pero El no nos contestó nada.» Las cosas del cielo llevan su ritmo, y no suelen desvelarse de prisa sus misterios. Hay que prepararse, esperar y merecer. ¿Qué pasaba entretanto a quienes se habían llegado allí para «mi– rar»? Las personas que -las primeras- asistían esta tarde de junio a aquel extático transporte de las pequeñas, estaban como fuera de sí por la emoción. Un extraño y dulce temblor las sacudía: no sabían si gritar, si llorar, si ir a llamar a voces a todo el pueblo ...¿Eran aquellas cuatro criaturas transfiguradas, las niñas que todos conocían? ¿Las mismas que andaban al igual que las otras, saltando y trasteando todos los días por las callejuelas de San Sebastián? ¡Qué actitud la suya! ¡Y qué expresió¡r! Clavadas de rodillas en el pedregoso suelo del camino 15 , bien levantada la cara hacia algo o al– guien que las tenía arrebatadas, la boca entrea·:>ierta con gracia nunca vista, un leve sonreír que ponía plena hermosura en todo su «aire», el mirar de aquellos ojos tan puros... ¡cómo miraoan aquellos ojos, hacia algo que nadie de los demás podía ver! Los allí presentes estaban bien seguros de que ni las mejores fotografías podrían captar de verdad todo aquello. Cuando las cuatro volvieron en sí, vieron con asombro que en torno suyo unas lloraban, otras apretaban las manos contra el pecho, y otra, Clementina, estaba ya para correr al pueblo, a llamar a toda la gente. «Ay, hijas mías -exclamó alguien expresando el sentimiento de todas-, ¡ay, hijas mías! ¡Cuando volváis a ver al ángel, le decís que nos perdone por no creer!» Una tía de Conchita -Aurelia- daba tales muestras de impresión, que otra le preguntó: «Pero tú, ¿has visto al ángel? -No, no le he visto; pero si vosotras no creéis en esto, es que no creéis en Dios». 15 Las piedras o guijarros abundan ciertamente en Garabandal; pero no es fácil admitir la afirmación de cierto viajero, que recoge «L'Etoile dans la Montagne»: «Este pueblo es el más pedregoso de toda España».
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