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Se fue con prisas a la montaña 31 Aniceta se mostró de primeras totalmente irreductible: «Si quieres ir a rezar, vete a la iglesia; en la calleja nada tienes que hacer». Po~– fiaba Conchita; pero inútilmente. Menos mal que llegaron a punto Loh, Jacinta y Mari Cruz, que ya traían su permiso para ir. «-Ande, señora, ¡deje ir a Conchita!, ¡déjela ir! -Pero... ¿para qué queréis ir a hacer el tonto? -¡Si no vamos a hacer el tonto! ¡Vamos a rezar, a ver si viene el ángel! -¡No! Conchita no va. Id vosotras si queréis. . Ellas se fueron, pero muy despacio ... hasta que dejé de verlas, por– que una pared me lo impidió. Yo me quedé muy triste. Mi mamá, de repente salió, y con voz muy alta llamó: "¡Loli! Ve– nid acá." En un momento estuvieron presentes, y mi mamá les dijo: St ha– céis lo que os mando, dejo ir a Conchita... » A Aníceta se le ocurrió una pobre estratagema para ponerse a cu– bierto de las burlas y del ridículo, caso de que las cosas no se dieran como las niñas esperaban: «Vosotras tres os vais solas, como si fuerais a jugar por ahí, sin decir nada a nadie, y cuando hayáis llegado a la ca– lleja, irá Conchita a escondidas, para que nadie se dé cuenta». No quedaron muy convencidas las interpeladas, temiendo que Ani– ceta no hablara en. serio; pero echaron a andar, despacio, despacio; tuvo que darles Conchita seguridad de que iría. Y así fue, al poco rato. Las encontró lamentándose de que tardara. Pero se les pasó en seguida el disgusto; y las cuatro, «muy contentas», se arrodillaron sobre los cantos de la calleja y empezaron a rezar el rosario. Con mucha ilusión al principio, la ansiedad iba creciendo a medida que las cuentas pasaban. «-Terminamos, y ¡el Angel no venía! 13 Decidimos ir a la iglesia; y cuando nos levantábamos, pues está– bamos de rodillas, vimos una luz muy resplandeciente, qu,e nos rodeaba a las cuatro -no vimos más que esa luz- y gritamos como con miedo.» La luz, cegadora, no las cegaba; pero al envolverlas tan vivamente, las . aislaba de todo, les tapaba el camino... De aquí su sensación de angustia, «como de miedo», perdidas y flotando en. el misterio, en algo totalmente desconocido y en lo que no se p@drían valer 14. Hay en todo esto como una pedagogía divina, que, desde luego, no .se nos alcanza del todo, ni del todo sabríamos explicar. 13 Me ·ha sorprendido que en sil diario Conchita siempre escribe «el Angel», con mayúscula, como dando a entender que se trata de un ángel bien distinguido y cualificado. . 14 Prudencio González era uno de los vecinos del pueblo que menos en serio habían tomado las cosas que se decía pasaban a las cuatró niñas .. .·.se reía de aquellas «tonterías» de las que tanto hablaba la gente. Pero este ata:rdecer bajaba por la calleja con un hato de ovejas y, de pronto, como emergiendo de las som– bras crepusculares, tuvo ante sus ojos el grupo de las cuatro pequeñas, entera• mente solas y enteramente fuera de sí. El espectáculo le impresionó; no pudo dejar de quitarse la gorra con todo respeto. .. Sus ovejas fueron pásando hacia el pueblo, · encaramándose una tras otra por las piedras que formaoan los bordes del camino; pero .él se deslizó como pudo y con todo cuidado por entre dos de las niñas: para ello hubo de apoyarse en el hombro de una de ellas, y su impresión -como confesó más tarde- fue enorme, como si hubiera tocado el misterio; el hom– bro no parecía de carne, blanda y caliente, sino de algo rígido y frío, que estremecía.
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