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30 Una luz en el camino Después de su visita al Señor Sacramentado, las nmas marcharon a sus casas. La noche iba cayendo sobre Garabandal; y también por el alma de aquellas cuatro pueblerinas había sombras... Aniceta preguntó a su hija tan pronto como apareció en la cocina: «¿Has visto al ángel?» La misma pregunta sonaría en la casa de las otras tres; y las respuestas tuvieron que ser, en todas, como la de Con– chota a su madre: «¡No! Hoy no le hemos visto!» «Luego (escribió ella) me puse a hacer mis labores, como siempre.» Sí, lo de siempre era lo que quedaba. Quizá lo del día anterior no había sido más que... ¡un fogonazo extraño y sin señfido en el oscuro vivir de una hija de aldea! Todo se iría olvidando poco a poco, y ante ella, ante ellas, quedaría sólo, como pobre horizonte, lo de siempre: aquella monotonía fatigosa de lo cotidiano. No es de extrañar que cuando después de la cena se fue a la cama, a las diez menos cuarto», no estuviera en buena disposición de dormir... En su alma de adolescente había mucha desazón. «-Como no podía dormir, me puse a rezar... Y oí entonces una voz que me dijo: NO OS PREOCUPEIS, QUE ME VOLVEREIS A VER.» La impresión fue muy fuerte, y Conchita tuvo que seguir rezando, aunque con un estado de ánimo bien distinto; siguió rezando «con mu– cha duración», hasta que al fin quedó dormida. Y así se apagó tam– bién, con un final de oraciones, aquella jornada del 19 de junio de 1961, tan movida en Garabandal, tan llena de encontrados sentimientos y comentarios. Al día siguiente, martes, el ambiente del pueblo era poco más o menos el mismo, aunque los comentarios adversos y las desconfianzas habían aumentado. «Como no habíamos visto nada el día 19, creían que ya no se nos volvería a aparecer, pues ignoraban lo que nos había pasa– do por la noche, ya que nosotras no se lo habíamos dicho a nadie.» Al ir a la escuela, se epteró Conchita de que sus tres compañeras habían recibido por la noche la misma seguridad que ella: ME VOL– VEREIS A VER. Así, todas estaban llenas de secreto gozo, y con el me– jor ánimo para hacer frente a las diversas incidencias del día. Día .que fue como tantos otros, sin nada digno de especial mención... hasta esa hora de media tarde en que los niños, acabadas las clases, piden en casa la merienda 12 • Nuestras cuatro «videntes» seguramente pidieron también su merienda, pero pidieron con mucho más ahínco un permiso especial: el de ir juntas a rezar a la calleja. Mas encontraron dificultades. «Tanto mi mamá -escribe Conchita– como los padres y hermanos de las otras niñas estaban preocupados, y tenían una lucha muy grande, porque si se inclinaban a que era ver– dad, también pensaban lo contrario.» Y encima, el peso del respeto humano, el temor de hacer el ridículo, tan agobiante en los pueblos pequeños. 12 Es una refección que se hace a media tarde, casi siempre a base de pan y de alguna otra cosa que acompañe. Los chiquillos no suelen detenerse en casa para la merienda: llegan, la piden, la cogen, y ¡a la calle con ella!, a entretenerse con amigos o compañeros.

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