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Se fue con prisas a la momaña 29 Se juntó con las otras tres y cogidas del brazo se fueron para allá. La gente que iban encontrando, desconfiada y maliciosa, les gas– taban bromas y les hacían preguntas, pues nadie creía en la verdad de la aparición, o mejor, nadie quería exponerse a quedar ep ridículo ante los más «listos» del pueblo, mostrando creer en aquella extraña historia de las cuatro chiquillas 10. Pero algunas personas, disimuladamente, las siguieron, sobre todo de esos chicuelos bastante brutitos que gustan de mostrar su incipiente «hombría» metiéndose zafiamente con las «::;havalas». Las cuatro se pusieron a rezar ep la calleja; pero no era posible concentrarse en la oración, pues aquella pequeña panda de enemigos -pelos revueltos y cara poco limpia- empezó a tirarles piedras, con acompañamiento de risas, burlas y alguna palabrota. Era una tarde sombría, desapacible. «El cielo estaba muy nublado y había mucho cierzo» 11, nos dice Conchita. Las niñas pudieron al fin quedar tranquilas, y prolongaron su oración y su espera... <<por ver ~i venía el ángel». Pero el ángel no vino. La calleja, que poco más, adelante sería para ellas «un trocito de cielo» (así lo .había de subrayar Conchi– ta), fue en aquel atardecer del día 19 de junio. bajo el cielo encapotado y con las piedras, las risas burlonas y el soplo del cierzo encima, el desagradable escenario de una dolorosa decepción. ¿Por qué no había vuelto el ángel? ¿Volvería acaso alguna vez? «Cuando ya se hizo tarde» -eran las ocho y media-, despegaron sus desnudas rodillas de las piedras de aquel mal camino, y bajaron para la iglesia. Encuentro con la maestra antes de llegar. Ella trató de levantar su ánimo con una explicación demasiado simple, en la que desde luego no creería,_ nos imaginamos. «¿Sabéis por qué no ha venido? Porque está muy nublado, de seguro». En la iglesia hicierop una visita al Señor Sacramentado. Ni las mismas niñas podrían explicar la extraña conexión que parecía unir lo de la calleja con el del templp. En la calleja no se les había dicho nada: ni una palabra explicatoria, ni una orden, ni una simple exhortación, y ellas eran pequeñas ignorantes; pero un misterioso ins– tinto las llevaba de un punto al otro. Sí, lo que entre claridades ha– bían visto allí, en la calleja, con los ojos de la cara, las empujaba fuerte y suavemente hacia El que aquí, en la iglesia, sólo podía descubrirse entre penumbras de misterio con los ojos de la fe. Lo de allí,' era lo maravilloso, para la expectación y el transporte¡ pero El de aquí, era lo de verdad seguro,. lo que estaba siempre al alca:nce, lo que no podía fallar. · 10 La gente de La Montaña suele ser de buena inteligencia, no de fácil confian– za. Es gente seria, pero «con trastienda», como suele decirse; extreman tal vez la cautela, para no· verse sorprendidos, ni en un negocio ni en una toma de posición que les pueda luego comprometer... 11 En Garabandal 'llaman cierzo a la niebla espesa que se agarra a las laderas de los montes y borra los contornos.
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