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28 Las ninas comieron... nos suponemos que bastante de prisa y sin ninguna ceremonia (a no ser la de bendecir la mesa), como se acostum– bra en las aldeas; y salieron otra vez para la escuela. Hacia las cinco, acababan las horas de clase, y las niñas quedaban ya libres para jugar o hacer los recados de casa. Escuchemos de nuevo a Conchita: «-Yo fui a casa de la señora a la que compramos la leche, y ella me dijo: ¿Es verdad que visteis al ángel? ¿O es cosa que dice la gente? Yo le respondí: ¡Es cierto que vimos al ángel! Ella me volvió a preguntar: ¿Y cómo le visteis? Y o se lo expliqué, en tanto que ella escuchaba con mucha atención. Y me dijo así, sonriendo: Yo, como a ti te tengo muy tratada, lo creo que ves al ángel,· pero en las otras, no. Entonces yo le dije: ¡Pues lo hemos visto las cuatro: Loli, Jacinta, Mari Cruz y yo! Cuando llegué a casa con la leche, le dije a mi mamá: Mamá, me voy a rezar a la calleja. Esto lo oyó el albañil que se llama Pepe Díez 9, que estaba allí tra– bajando en arreglos de nuestra casa, y también mi hermano Aniceto que le ayudaba. Entonces Pepe dijo riendo: Sí, déjala ir; ¿por qué no la vas a dejar ir a rezar? A lo que repuso mi hermano: Conchita, ¡no se te ocurra! La génte se reirá de ti y de nosotros, que dirán que andáis diciendo que veis al ángel, y es mentira.» * Pero de la niña tiraban demasiado las ganas de volver a encontrar la maravillosa aparición, y no dejó en paz a su madre hasta que obtuvo el permiso de ir a la calleja. (León), y era profesor del Seminario Mayor leonés cuando fue designado para la diócesis de La Montaña. Por cierto, que ni su designación ni su llegada a la capital montañesa tuvieron acogida precisamente «cariñosa» por parte de los eclesiásticos influyenes... No obstante llegar como obispo, fue a parar al Seminario de Corbán, no lejos de Santander, como rector de aquel centro diocesano, que parecía andar algo revuelto. 9 Este sujeto sigue trabajando de albañil en el pueblo, y es uno de los testigos mejor informados sobre todos estos «sucesos de Garabandal». Su mujer es Cle– mentina González, y tenía entonces cuatro hijos. * Conchita escribió estas cosas en su Diario, más de un año después de que ocu– rrieran, y como eran marginales a los sucesos que de verdad importaban, quizá no las recordaba con exactitud. De ese encuentro con el albañil Pepe Díez, esposo de la ya mencionada Clemen– tina González, tenemos una información directa, que complementa, o matiza, la que nos da Conchita. Asegura él, que aquel día trató de apartar a las niñas de lo que podía ser una peligrosa «historia», metiéndoles miedo... El tono con que habló a Conchita fue, poco más o menos, así: «Oye, niña, ¿qué historia es ésa que os traéis con la aparición de un ángel? ¿Os dais cuenta de lo serio que es eso?... No andéis con tonterías, que la podéis armar gorda. Si seguís con eso, habrá que dar parte a la Guardia Civil; y ellos vendrán, toma– rán declaraciones, os someterán a interrogatorio... y a lo mejor termináis en la cárcel. ¿y los líos en que se verán metidas vuestras familias? Gastos, disgustos, vergüenzas... Tú ya no eres tan niña como para andar jugando con tales cosas.. .» En tono semejante, muy a propósito para meterles miedo, habló él luego a las otras tres, cuando se presentaron en busca de Conchita. Ellas le oían un poco asustadas, y sin replicar...; pero, al final, dijeron que qué iban a hacer, que ellas no habían inventado nada..., y que no podían dejar de ir, por si volvía el Angel.

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