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Se fue con prisas a la montaña 27 El párroco caminaba a ver dónde me encontraba yo; me encontró ya cerca de mi casas, líegó todo nervioso y me dijo: ¡Conchita! Sé sin– cera: ¿qué visteis anoche? Yo le expliqué todo.. El me escuchaba muy atento, y al finalme dijo: Pues si esta tarde lo 1;eis, le preguntáis que quién es y a qué viene. A ver qué te responde.» La reacción del párroco es perfectamente sensata. El sabe que lo que dicen las niñas es del todo posible; Dios se ocupa vivamente de sus criaturas humanas, sobre todo dentro de la Iglesia, y aunque este «ocu– parse» se lleva a cabo e.así siempre dentro de eso que llamamos «provi– dencia ordinaria», es decir, sin recurso a intervenciones espectaculares, ninguna dificultad hay para que El se salga de lo corriente, cuando le plazca y a sus criaturas convenga. Y los ángeles son precisamente sus ministros, en orden sob-re todo a proteger y ayudar a los hombres. Don Valentín no podría menos de recordar los hermosos textos litúrgicos del día 2 de octubre q·;ie tan altamente ponderan el ministerio de los ángeles a nuestro favor. .. Sí, lo que decían las niñas era muy posible, aunque nada fácil de creer. ¿A qué podía venir un ángel a Garabandal? Pero, ¿y si de verdad había venido... ? Esto es lo que sobre todo importaba: establecer la verdad del hecho. Tan insensato sería creerlo todo en seguida, como cerrarse en un obstinado «no puede ser». Don Vale.ntín tenía que cono– cer las primeras líneas del último libro de la Escritura: «Revelación de Jesucristo: Dios la da a sus servidores, para que sepan lo que va a suceder bien pronto; El despachó su ángel para comunicársela a Juan su siervo... » (Apo. 1, l). También habría leído alguna vez aquel pasaje del viejo libro del Exodo (23, 20-21): «He aquí que Yo voy a enviar un ángel delante de ti, para que sobre ti vele a lo largo de tu viaje, y te haga llegar al destino señalado. Ten reverencia hacia él y escucha su voz.» y no le cabía en la cabeza que todo lo pudieran haber inventado ellas. Extraña cosa contaban las niñas; pero don Valentín las conocía bien, Había que aclarar lo s:.icedido ante todo. Co;nchita le prometió que tendría en cuenta su encargo de la doble pregunta, y entonces él dirigió sus pasos a casa de Loli 6. «-Loli contestó igi.al que nosotras; y así, él estaba cada vez más impresionado, porque fas cuatro coincidíamos en todo 7. Finalmente dijo: Bueno, vamos a esperar dos o tres días, para ver qué os dice y si seguís viendo esa figura que decís ser un ánge[... En– tonces iré donde el seifor obispo s.» s La easa de Conchita estaba a un extremo del pueblo, del lado contrario de la iglesia y escuela, con vistas a los Pinos y al valle del arroyo llamado de los Molinos. 6 Daba a una plazuela; ·-y era una típica y vieja ' casa de aldea. Posteriormente, los Mazón dejaron esta casa y se instalaron en otra próxima, que da también a la plaza; aquí han continuado con su pequeño establecimiento comercial. 7 Tras un hábil interrogatorio, llevado por separado, .no hubiera sido posible mantener tal coincidencia, de haber sido todo aquello «un juego», o cosa peor, montado por las mismas niñas. Por lo demás, don Valentín las conocía bien y sabía a qué atenerse en cuanto a su sinceridad y su enorme respeto por todas las cosas de la religión. 8 A la sazón regía la di5cesis de Santander, como administrador apostólico, don Doroteo Fernández, que había sido obispo auxiliar en los últimos años de don José Eguino y Trecu, recientemente fallecido. Don Doroteo había nacido en Huelde

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