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26 que por obra del Dios Todopoderoso y Creador, además del mundo de las cosas visibles, hay otro mundo de cosas o realidades invisibles... pero, ¿cómo suponer que lo que no había acontecido nunca, aconte– ciera de pronto ahora, y se encontrasen sus niñas frente al deslumbra– miento de ese mundo, o metidas de lleno en él? Si lo que decían ellas era verdad, podría traer las consecuencias más imprevisibles para todos .. . «-A nosotras nos preguntaban que cómo era lo que habíamos visto, y nosotras, todo contentas de tan bella figura, lo decíamos muy seguras, porque algunas personas dudaban de si sería verdad. Les decíamos cómo era, cómo iba vestido, muy resplandeciente ... La más de la gente se reía de nosotros; pero a nosotras lo mismo nos daba: ¡como sabíamos que era verdad!» Las conversaciones y comentarios a que se refiere la niña debieron de ser especialmente vivos en las primeras horas de la mañana; ellas los captaron bien en su recorrido por el pueblo hasta llegar a la escue– la 2, que abría sus puertas a las diez. «-Cuando llegamos, la señora maestra nos preguntó:• Hijas mías, ¿estáis bien seguras de lo que me dijisteis ayer? Nosotras le respondimos a la vez: ¡Sí, señora! ¡Hemos visto al ángel! Las otras niñas de la escuela, que nos rodeaban, estaban todas admi– radas de lo que decíamos.» Me imagino que no sólo habría grandísima admiración en los ojos y en las almas de aquellas otras pequeñas, tap metidas de lleno en el grisáceo vivir aldeano; ¿cómo no envidiar la suerte de estas cuatro compañeras?, ¡si pudieran, ellas también, asociarse a una cosa tan emocionante... ! Dudo de que se estudiara mucho aquella mañana en la escuela de niñas de Garabandal. Sin embargo, Conchita escribe en su diario: «No– sotras hacíamos como siempre, sin preocupación ninguna.» Si tan tran– quilo aplomo les venía de su «visión», habrá que reconocer que ya apun– taba un sello de su mejor origen. Ni los demonios, ni los nervios, ni las alucinaciones son para aquietar así. «-Cuando salíamos de la escuela (poco antes de la hora de la comi– da), cada una se dirigió a su casa. Jacinta y Mari Cruz iban juntas, y se han ajuntado con el párroco del pueblo, don Valentín Marichalar 3, quien les dijo todo asustado lo siguiente: A ver, a ver: ¿es verdad que visteis al ángel? Ellas le contestaron a la vez: Sí, señor, es verdad. -No sé, no sé, si no os engañaréis. Ellas, sonriendo, añadieron: ¡No, no tenga miedo, que nosotras he– mos visto al ángel! 4 Y siguieron hacia sus casas. 2 La escuela no está en el centró del pueblo, sino más bien al margen, y próxi– ma a la iglesia parroquial. 3 Como párroco de Cossío, residía en este pueblo; pero había de subir con frecuencia a San Sebastián, por estar también encargado de su feligresía. 4 No creemos que don Valentín compartiera las aprensiones de los antiguos israelitas, para quienes era imposible «ver el ángel de Yavé, y no morir»; pero no podía ciertamente dejarle sin cuidado la inmediata posibilidad de una intervención sobrenatural en el pueblo: ¡eran demasiadas las cosas y consecuencias que aquello podría traer!

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