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22 «Te lucis ante terminum ... Antes de que toda luz se vaya, te roga– mos, Creador del universo, que según tu gran clemencia seas nuestro guardián y defensor... . «Guárdanos como las p.iñas de tus ojos; a la sombra de tus alas cobíjanos... «Tú, Señor, estás con nosotros, y sobre nosotros se ha invocado tu numbre: no nos dejes, pues, Señor Dios nuestro.» Las niñas ni siquiera conocían la palabra «completas», pero se pue– den hacer muchas cosas, sin saberlas rotular o definir. Conchita continúa su relato : «Cuando hubimos terminado de rezar la estación, nos fuimos para nuestras casas. Ya eran más de las nueve de la noche, y mi mamá me había dicho que fuera a casa de día 25 , y yo este día fui ya de noche. Cuando llegué a casa, mi mamá me dijo: ¿No te he dicho ya que a casa se viene de día? Yo, toda asustada por las dos cosas: por haber visto aquella figura tan bella y por venir tarde a casa, no me atrevía a entrar en la cocina y me quedé junto a una pared, muy triste ... » ¡Verdaderamente sugestivo, el cuadro de esta criatura, en la gracia de sus radiantes doce años, que apoya contra la pared todo su desam– paro y emoción, y trata de sostener con la luz de un mirar manso lo inverosímil de sus palabras. « . . . y le dije yo a mi mamá: ¡He visto al ángel!» Era de esperar la desabrida réplica de Aniceta: «¿Todavía? ¡Encima de llegar tarde a casa, me yienes con esas tonterías!» «Yo le respondí de nuevo: Pues es verdad, yo he visto al ángel». Siguieron aún las réplicas y contrarréplicas entre la hija y la ma– dre; ésta, menos segura cada vez en sus negativas, acabó muy inclinada a admitir que a su hija, aquella hija para la que vivía y por la cual velaba con extraño brío, debía de haberle, efectivamente, pasado algo 26 • 25 No es de extrañar y sí muy de agradecer, que Aniceta velara así por su hija única. En Garabandal las noches eran de verdad noches, con las calles apenas ilu– minadas, y aunque sus moradores fueran gente de honestas costumbres, una niña como Conchita no tenía nada que hacer por el pueblo a aquellas horas... 26 He encontrado una nueva versión de lo ocurrido en aquella tarde memorable. Procede de Pilar, la madre de Mari Cruz, y se la recogieron disimuladamente en un magnetófono, la tarde del 25 de julio de 1964, en la cocina de su casa( véase la página 79). «Nosotros nunca la pegábamos... y resulta que un día, un domingo 18 de junio, me fui al lavadero con una vaca que temamos aquí en casa (Pilar llevaba la vaca al agua, para luego cerrar y recogerse, porque se echaba la noche). Me encontré allí con An*elita, la de Fael, y no sé quién más...; y me dijo: "Pero ¿qué pasa con Mari Cruz?' -¿Qué pasa, qué pasa?, repliqué yo. ¿Qué es lo que ha hecho? - Pero ¿tú no sabes nada entonces? Pues que dice que ha visto un ángel. -¿Un ángel? ¡Uy, qué cosa! Ya me habías dado un susto: creí que habría hecho alguna cosa mala. Después de el>to, iba yo pensando por el camino: ¿Será posible que esta criatura ande haciendo el ridículo con los ángeles y. las cosas de la Iglesia? (El ambiente en casa de Mari Cruz no debí¡¡. de ser de especial fervor religioso. A Conchita se le escapa en su diario la observación de que su padre, Escolástico, "no iba mucho a misa".) . En esto, que me encuentro a Mari Cruz, ahí mismo, donde casa de Sinda. Yo bajaba enfadada, y le digo: "Oye, Mari, ¿qué andas diciendo por ahí? -Nada.

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