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20 Al volver normales, y muy asustadas, corrimos hacia la iglesia, pa– sando de camino por la función de baile que había en el pueblo. En– tonces, una niña que se llama Pili González nos dijo: ¡Qué blancas y asustadas estáis! ¿De dónde venís? . Nosotras, muy avergonzadas de confesar la verdad, le dijimos: ¡De coger manzanas! Y ella dijo: ¿Por eso ... venís así? Nosotras le contestamos todas a una: ¡ES QUE HEMOS VISTO AL ANGEL! Y ella dijo: ¿De verdad? Nosotras: Sí, sí... Y seguimos nuestro camino en dirección a la iglesia; y esa chica quedó diciéndoselo a otras. Una vez en la puerta de la iglesia, y pensándolo mejor, nos fuimos detrás de la misma a... LLORAR». Confieso que me conmueve este cuadro de las niñas, que necesitan desahogar su indecible emoción, y se refugian detrás .de los muros de la iglesia para soltar su llanto... Un instinto misterioso de su alma cris– tiana las ha llevado allí. No pueden explicarse lo que les acaba de pasar, pero sienten oscuramente que es algo muy grande... y hasta presienten que puede ser el comienzo de cosas aún mayores; ¿dónde buscar cobijo y protección, sino en el lugar que especialmente guarda la presencia de Dios?, ¿no es también allí donde mejor puede rezarse a la que es Ma– dre suya y nuestra, ·tan dispuesta siempre a favor de sus pobres hijos? Pero antes de pasar al interior para rezar, necesitan desahogarse a sus muros por fuera. Los muros aquellos, severos, macizos, levantados sobre la pequeña me– seta de Garabandal, frente a los más bravíos repliegues de la cordillera Cantábrica 21, saben de siglos y de temporales, de soles y de noches ... ; generaciones y generaciones de garabandalinos han acudido allí con sus mejores alegrías, con sus más recónditas penas, con sus postreras espe– ranzas .. . Pero jamás aquellos muros habían sentido un llanto de n,iñas tan inefable, tan fuera de serie, como éste de las cuatro que así lloran a su amparo mientras se pone para siempre el sol del día 18 de junio de 1961. No hubo quien entonces subiera a la torre para señalar aquella hora con un toque de campanas; pero, ciertamente, con el llanto de aquellas niñas, que no estaban precisamente tristes, algo misterioso empezaba a repicar en Garabandal, que iría encontrando muchísimo eco en innu– merables corazones. «Unas crías, que andaban jugando, nos encontraron, y al vernos llorar, nos preguntaron: ¿Por qué lloráis? Nosotras les dijimos: Es que HEMOS VISTO AL ANGEL. Ellas echaron a correr a comunicárselo a la señora maestra 22. 21 Es la que recorre casi todo el Norte de España, próxima y paralela al mar Cantábrico, separando las breves tierras de la costa, de las altas y extensas del interior. 22 En Garabandal había dos escuelas nacionales en el mismo edificio: para niños, una; para niñas, otra. A la primera atendía el señor maestro del huerto del man– zano; la segunda estaba regentada por esta señora que entra ahora en e! cena y que debía de llevar ya bastantes años en el pueblo. Su nombre: doña Serafina Gómez González; era natural de Cossío; viuda de don Raimundo Rodríguez, y con una niña llamada Toñita.
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