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18 Sin embargo, y a pesar de lo que escribe Conchita en su diario, yo me imagino que aquellas manzanas del maestro, más que para saciar su apetito, debieron de servir a las niñas como excitante entretenimien– to en una aburrida tarde de domingo. Y me imagino también que las tales manzanas, más que golosamente comidas, acabarían cayendo por tjerra irregularmente mordisqueadas. «Cuando estábamos entretenidas comiéndolas, escuchamos un fuerte ruido, como de trueno. Y exclamamos a la vez: ¡Parece que truene!» Debió de ser un muy extraño tronar. Y seguro que las niñas se asus– taron: la gente tiene un misterioso terror a las tormentas... , especial– mente sobrecogedoras cuando a uno le sorprenden en descampado, so– bre el silencio de la naturaleza. Las niñas estaban precisamente en este silencio, fuera del pueblo, aunque muy próximas a él. Levantaron la cabeza para ver de dónde venía la tronada.. . Ni allá a lo lejos, hacia Peña Sagra 16, que tantas veces mostraba su frente coronada de oscuras nubes, ni en las alturas más próximas, hacia Poniente, por donde llega– ban las tormentas, se descubría nada inquietante... ¡Qué tronar más raro! ¿Qué habría sido? «Ad auram post meridiem»: Al aire del atardecer En el Paraíso de Adán y Eva, tan pronto como ellos, los primeros pecadores, hubieron comido las manzanas prohibidas, oyeron el ruido del paso de Dios, «que se paseaba por allí al fresco de la tarde» (Gén. 3, 8): «ad auram post meridiem». Lo que acababan de oír nuestras niñas, con no poco susto, ¿no po– dría ser también, en esta atardecida dominical tan misteriosa, el ruido de un especial moverse de Dios hacia los hombres y las cosas de Ga– rabandal? El sol se inclinaba ya sobre el horizonte .Todos los relojes de España estaban a punto de dar las 8,30 de la tarde 11. pueblo; desde el comienzo de las obras se tuvo el máximo cuidado en conservar el árbol de nuestra historia, cosa que sólo pudo hacerse a medias, pues de las dos partes de ·su tronco una estaba ya tan dañada y podrida, que se la eliminó para salvar la otra. .. Así estuvo el árbol, al amparo de la nueva casa, hasta enero de 1975, en que un fuerte vendaval le tronchó; de él sólo queda ahora un tronco seco y de escasa altura, que puede verse a la derecha de la entrada de la casa susodicha. Me han dicho los señores García Uorente, que la última cosecha de manzanas, en septiembre de 1974, fue de estupenda calidad: unas sabrosísimas manzanas «reineta». 16 Imponente macizo, como ya está dicho, que cierra por un lado y a lo lejos el horizonte de Garabandal. A la otra vertiente de esta serranía de Peña Sagra se despliega la complicada geograña de Liébana; extremo suroccidental de la provin– cia santanderina, que limita -límites de altísimos picos y difíciles puertos- con las de Palencia, León y Asturias. Uno de los atractivos de Liébana es la contemplación de la imponente crestería de los Picos de Europa, en su macizo Oriental; pero el verdadero tesoro de la región está en el antiquísimo monasterio -ahora restaurado y confiado a los fran– ciscanos- de San Toribio, que guarda el mayor trozo que se conoce del «Lignum Crucis», es decir, del madero de la Cruz del Sefl.or. Encaja muy bien, que en las vecinas tierras de Garabandal la Virgen haya venido a repetir a los hombres: «Pen– sad en la Pasión de Jesús». 17 Lo anota expresamente Conchita en su diarlo, página 3.

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