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Se fue con prisas a la mo:-itaña 17 -¡Ay, Conchita, que coges manzanas/ -¡Calla!, le contesté yo, que te oye . la señora del maestro y se lo dice a mi mamá 13, Entonces yo me escondí entre las patatas y Mari Cruz echó a correr por las tierras. . Loli exclamó: ¡No corras, Mari Cruz!, .que te vimos; ya se lo diremos al dueño. Entonces Mari Cruz vuelve donde mí, y $alimos de nuestro escon– drijo para, reunirnos todas, Estando hablando, llamaron a la cría que venía con Jacinta y Loli, y se fue. Nos quedamos las cuatro solas; y pensándolo mejor, volvimos las cuatro a coger manzanas... Cuando ' estábam-:Js más divertidas, oímos la voz del maestro 14, quien al ver que ·se mov:.an tanto las ramas, creyó que eran las ovejas, y le dijo a su mujer, Concesa: ¡Vete al huerto!, que andan las ovejas donde el manzano. Nosotras, al oírlo, nos entró mucha risa. Cuando ya nos llenamos los bolsillos, echa,nos a correr para comer– las más tranquilamente en el camino, o sea, en la calleja» 1s. Estas manzanas de Garabandal no podían ciertamente ser tan ape– titosas como las del Edén... Por los días de :,unio, en tierras y alturas como las de Garabandal, las manzanas, aun en años en que «todo viene adelantado», no pueden ser más que pobres frutos a medio hacerse, agrios, sin jugo, y muy a propósito para dar dentera; pero aun así, es increíble el poder de seducción que tienen pa:ra los niños de aldea, que apenas ven otra fruta que la que traen cada verano los árboles de sus huertos. Casi enteramente privados (así era, por lo menos, hace años) de la fruta que podría llegar de fuera, se echan vorazmente sobre la del pueblo, tan pronto como la ven con un poco de forma y de _color*. 13 Aniceta González, como hemos dicho. Mujer ::ristiana de recia contextura -«chapada a la antigua» ,diría alguien-, educa a sus hijos con toda firmeza. Los tres primeros son varones: Serafín, que sabe del duro trabajo del carbón por su estancia en las minas de Santa Lucía (León), Aniceto, a quien llaman familiarmente «Cetuco» y que morirá tempranamente en 1965, y Miguel. Es natural que Aniceta concentre sus desvelos sobre la más pequeña de todcs, ¡única hija!, y que trate de tenerla bien apartada de peligros: por su fe cristiana y por su honra de mujer. 14 Se llamaba don Francisco Gómez, y estaba cojc. 15 Según confidencias de Lo!i a don Manuel Antón, cura párroco de San Claudio, en la ciudad de León (véase la rlota 62 de la página 118), las cuatro protagonistas de esta historia no habían mantenido siempre la mej-:ires relaciones. Habían reñido últimamente entre sí, como sucede casi a diario entre crías, y llevaban ya algún tiempo en cierta tensión de distanciamiento -no se «ajuntaban»-; solían andar dos por un lado y dos por otro: Loli-Jacínta, Conchita-Mari Cruz. He tenido ocasión de preguntar últimamente a Jacinta: -Para la primera visita del Angel os encontrasteis reunidas las cuatro, como por casualidad; pero ¿es cierto que no os llevabais muy bien, especialmente tú y Conchita? -Bueno, cosa de crías, q_ue tan pronto riñen con:o se juntan. Sí es cierto que unos días antes de la aparición nos habíamos pegado. La calleja es un camino tortuoso, en pendiente, mal empedrado, que sale de la espalda del pueblo hacia la altura en que están los Pinos. * El terreno del huerto en que había crecido el manzano, a la izquierda de la calleja empedrada que sube hacia los Pinos, fue ad:¡uirido posteriormente por el matrimonio García Llorente-Gil Delgado, de Sevilla. Aquel huerto estaba notable– mente descuidado. El matrimonio sevillano, creyente en la verdad de Garabandal, levantó allí, en 1968, una hermosa casa de piedra para sus largas residencias en el

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