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Se fue con prisas a la montaña 71 -dando pequeñas y graduadas dosis, que ellas pudieran asimilar; -acompañando las lecciones, con besos y sonrisas, condescendencias y hasta con juegos; -encarnándose en la realidad cotidiana de aquellas pobres ... hasta aceptarles unos diálogos, que parecían demasiado banales, sin sustan– cia, como para hacer perder el tiempo a toda una Madre de Dios *. Sí, Ella se abajó hasta nosotros y entre nosotros pareció establecer su morada. En todo, como Madre que no tiene prisa cuando se trata de sus hijos, porque .su prisa está en ESPERAR de ellos: que crezcan, que mejoren, que vayan entrando en razón, que salgan adelante, por encima de niñerías y de inconsciencias y de un desesperante mal corresponder. Era la Sabiduría divina diciéndonos a todos desde su cátedra de Garabandal: «¿Hasta cuándo, oh simples, estaréis apegados a vuestra simpleza? ¿Y vosotros, los ligeros, a gusto con vuestra informalidad? · ¿Hasta cuándo los insensatos aborrecerán la disciplina? Volveos a mis requerimientos, porque yo voy a expansionar el cora– zón y quiero confiaros mis palabras» (Pro, 1, 22-23). * Jacinta me ha confirmado, catorce años después de los sucesos, no pocas cosas: -La Virgen ¿empezó pronto a explicaros lo que habíais visto en el letrero del Angel? -Sí; desde los primeros días. -¿Y en todas sus visitas dedicaba Ella algún tiempo a daros tales instrucciones? -Sí; cuando Ella hablaba, siempre era qara enseñarnos algo. -Sabemos que vosotras le contabais multitud de cosas o cosillas que sólo para vosotras podían tener interés...: ¿cómo reaccionaba Ella? -Escuchándonos con una atención, una paciencia y una bondad, que sólo ahora puedo entender. -¿Tomaba pie de lo que le decíais, para instruiros o aconsejaroi:? -¡Muchas veces! -¿Y cuál fue, a tu juicio, la principal utilidad de todas aquellas entrevistas con la Madre del Cielo? Dicho de otra manera: ¿qué provecho sacasteis de ellas? -No sé de las demás,· pero en mí, lo que más se grabó, fue la necesidad de la sumisión y obediencia_a los padres 1 superiores, como sacerdotes, maestros, etc. -En todas aquellas visitas, ¿vema Ella por vosotras, o más bien por la Iglesia y el Mundo? -¡Por la Iglesia y por el mundo, sin duda ninguna! -Parece que os comunicó «secretos»: ¿fueron sobre vuestro porvenir personal? -Nunca nos contestó cuando le preguntamos sobre esto. -Entonces las cosas del futuro que os anunció, se referirán a la Iglesia y al Mundo... ¿Podrías decirme algunas, aparte de eso del Aviso y el Castigo, que ya sabemos? -No; no le diré nada, porque debemos guardar secreto. -Bien. ¿Cómo interpretas tú aquello de «Ya creerán, ya creerán», con que res- pondía Ella a vuestras repetidas súplicas de que hiciera un gran milagro para que todos se convenciesen? -Pues no sé... De lo que sí doy testimonio es de que Ella nos dijo eso mu– chas veces.
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