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Se fue con prisas a la montaña 67 «Lo corriente es ver a las niñas con rosarios, medallas y cristos col– gados al cuello: son los que el público les da para que la Virgen los bese... Con motivo de dar a besar estos objetos, se han observado bas– tantes casos de hierognosis. También se citan casos -la mayoría, difíci– les de comprobar- de favores obtenidos o curaciones hechas, bien en el momento de dar a besar tales objetos, bien al recibirlos o usarlos luego las personas que los recogían.» (P. Andreu.) Fue un hecho comprobadísimo que las niñas, a pesar de la multi– tud de objetos que pasaban por sus manos y que ellas daban a besar sin ningún orden preestablecido, jamás se confundieron al devolver cada uno de tales objetos a quien correspondiera; y esto, sin mirar, con la cara en alto, y estando a veces los interesados a sus espaldas, o deli– beradamente arrinconados. Para todos los circunstantes era evidente, que «alguien» invisible iba dirigiendo con sus palabras o gestos las ma– nos de las niñas. Pero la Virgen no sólo besaba piedrecitas, las humildes piedras, de tanta resonancia bíblica, y los objetos abiertamente religiosos; tenía también besos para otras cosas que al parecer no eran muy apropiadas para sus labios. De las numerosas anéc.;dotas que se cuentan, con toda garantía de autenticidad, siempre me ha impresionado par:icularmente ésta: Conchita estaba un día en la cocina de su casa, rodeada de personas que esperaban el momento de la aparición; sotre la humilde mesa que servía para las comidas familiares, iban amontonándose los objetos que ella debería dar a besar; alguien puso también allí una bonita polvera de mujer: la niña y los circunstantes quisieron hacerle desistir: ¿cómo la Virgen iba a besar un objeto tan profano, puesto solamente al servi– cio de la vanidad. Sin embargo, la polvera allí quedó. Llegó el éxtasis, y los circunstantes vieron con asombro que la mano de la vidente, sin que ella mirara, se iba, prinero que a ningún otro objeto, hacia la discutida polvera: la levantó hacia la Virgen invisible, y luego la dejó con todo respeto sobre la mesa. Entre los presentes, con el asombro debió de mezclarse más de una duda: ¿Será la Virgen quien se aparece? No parece que Ella pueda besar tal objeto... Tan pronto como el éxtasis terminó, se pidieron explicaciones a Con– chita, y ella declaró que la Virgen le había pedido inmediatamente la polvera, para besarla, diciendo que «era algo de su Hijo»: ella no sabía más. Pero quien había puesto allí la polvera, sí sabía, y desveló entonces su secreto: Durante la espantosa guerra civil de España (1936-1939), en zona roja, donde los sacerdotes habían sido exterminados o tenían que mantenerse escondidos, aquella polvera había servido para llevar las hostias de la comunión a diversas partes,. muy concretamente a al– gunos de los detenidos que los rojos iban «sacando» para matar. ¡Había sido, por tanto, como un copón! 8 Al lado de los objetos religiosos, quizá los más besados en Garaban– dal fueron los anillos o alianzas de matrimonio. Tenemos sobre esto innumerables anécdotas, algunas de las cuales irán saliendo más tarde. 8 El suceso es rigurosamente histórico; mas no he podido precisar la fecha. Fue don Ramón Pifarré Segarra, farmacéutico de Sans (Barnelona) quien llevó la polvera a casa de Conchita. Visitaba Garabandal con su ::iija Asunción. Estaba viudo.
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