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petuosamente ¡has tres veces! Y algo más; le dice clatísimamente: «Sí». Aquello fue el colmo; el pobre hombrín trató de disimular sus lá– grimas mientras la niña seguía por la fila, y se marchó a la iglesia tan pronto como pudo. Allí, en la sacristía, deshizo un envoltorio que llevaba con él. .. , se vistió con más emoción que nunca su sotana de sacerdote, y cayó luego de rodillas ante el sagrario, sin acertar a ex– presar al Señor y a la Madre todo lo que sentía de emoción y agrade– cimiento. Cuando sale, ya es verdaderamente «otro». Mucho más por dentro que por fuera. ¡Cuántas e inefables «misericordias» del Señor a través de la Virgen, sobre las almas de los que subían hasta los altos lugares de Garabandal, creyendo que allí habían puesto Ellos un «trono de gracia, para irnos levantando con el auxilio oportuno»! (Hebreros, 4, 16). Aun los que iban por esos otros favores de menos vuelo -como una mejoría de salud, el arreglo de una situación difícil, la solución de cier– tos problemas muy concretos- y que a los ojos de los demás parecían haber perdido el viaje, acababan sintiendo muy en el fondo de su alma que no habían ido, ni esperado, ni orado en vano, que de los contactos con el Misterio de la Salud, si el corazón no está mal dispuesto, nunca se vuelve con las manos vacías. Detalles reveladores... El ya mencionado señor de Santander don Plácido Ruiloba, testigo de excepción para tantas cosas de Garabandal, subió un día de septiem– bre con su esposa. y el padre de ésta, que tenía amputada una pierna y se angustiaba con el temor de que más pronto o más tarde le fuera preciso quedar también sin la otra. «Mi suegro -asegura el señor Rui– loba- iba con gran fe a dicho lugar». Como tantos otros visitantes, hicieron su primera estación en casa de Ceferino, con quien don Plácido había ya hecho buena amistad; y a él le contaron todo el caso y el interés que tenía el enfermo por que Mari Loli, cuando entrara en éxtasis, rogase a la Virgen por él, pidiendo su salud, ¡que le salvara al menos la pierna que le quedaba... ! Ceferino les dijo que por aquellos días su hija solía tener los éxtasis en las ha– bitaciones de arriba, y que él, aun sintiéndolo mucho, no podía permitir que subiera mucha gente, por el peligro de que cediesen las tablas o vigas y ocurriera una desgracia; pero que en atención a su caso, ya cuidaría de que ellos pudiesen subir. Minutos después, se presentó Mari Loli, y los visitantes la apremiaron encarecidamente a que tuviera muy en cuenta su petición cuando estuviese con la Virgen. De allí se fueron a casa de Conchita, para hacer el mismo encargo (se lo .transmitieron a Aniceta); y cuando se disponían a marchar, el señor Matutano s, que estaba allí, les dijo que valía la pena quedarse, 5 Véase la notá del cap. IV, pág. 64.

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