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Se fue con prisas a la montaña 199 Cuando oyó hablar de Garabandal y de las e:maravillas» que allí su– cedían, pensó que tal vez pudiera estar allí la salida para su oscuro túnel. Tan pronto como pudo, se fue a la famosa aldea. Pero antes de llegar a ella, se disfrazó concienzudamente (entonces era muy raro que un sacerdote o religioso dejara su sotana o su hábito sin graves motivos); tan a conciencia se disfrazó, dice el P. Andreu, «que allí no había ma– nera de sospechar, ni remotamente, la persona de un cura; era el bicha– rraco más raro que uno se puede imaginar. ¡Estaba bien puesto lo de "el hombrín"! » Para él ya fue una primera y consoladora re~puesta a sus dudas inte– riores, al poco de llegar, el que la niña, tan marcadamente, fuera repi– tiendo en él todo lo que hacía antes al sacerdote aquel que tenía al lado... Pero no le bastó. ¡Cualquiera deja en seguida tranquilo a un escrupuloso! Después de la primera alegría, se le volvió a oscurecer el espíritu. Y pensó: «Yo no puedo marchar así; necesito más pruebas». Buscó sitio en un pajar para pasar la noche_. y esperó a ver si al día siguiente obtenía esas pruebas absolutamente convincentes que tanto necesitaba. Llegó el nuevo día; y el pobre hombre no tuvo que estar esperando, como de ordinario, hasta la caída de la tarde. Ya por la mañana hubo un éxtasis interesantísimo; muchas personas a:;udiercin a la cita celes– tial, y nuestro hombrín, naturalmente, ·en primera línea. Cuando la niña extática empezó a dar a besar el crucifijo, la gente se colocó rápidamente en fila a lo largo del trayecto, para que la niña lo pudiera hacer mejor. El hombrín se situó como uno cualquiera en medio de la fila; y desde allí observaba con qué gracia celestial la vidente ofrecía su crucifijo, y con qué emoción lo iban besando los alineados, uno tras otro.. . Pero no se contentó con observar; su mente trabajaba, e hi?.O esta precisa formulación: Si de verdad yo soy sacer– dote, que la niña, en vez de darme a besar d crucifico, como a los demás, que venga y me santigüe con él. . La niña llegaba entonces frente al brigada de la Guardia Civil (tan benemérito para la causa de Garabandal): se para ante él, se sonríe, y sin mirarle (en realidad, no miraba a nadie, pues su arrobamiento la mantenía con el rostro muy hacia arriba), le santigua lentamente. Luego continúa su recorrido por la fila, dando a besar el crucifijo... Llega ante el hombrín, ¡y le santigua! La respuesta parecía clarísima; pero... El hombre era difícil. No tardó en pensar: Esto no vale, porque también ha santiguado al brigada, y el brigaáa .no es cura. Si en vez de esto, hubiera dado a besar el crucifijo a todos, sin excepción, y a mí, sólo a mí, me hubiera santiaguo tres ve:::es, entonces sí que no habría duda. No acababa de pensarlo, cuando la niña interrumpe su recorrido y marcha corriendo al comienzo de la fila, para ir dando de nuevo a besar el crucifijo.. . Llega otra vez ante el brigada, y debió de escuchar algo a la visión, porque se le oyó preguntar: «¿Qué?»; tras una breví– sima pausa, se sonríe, y le da a besar la santa imagen, como a los demás ... Y ya de nuevo está ante el hombrín; podemos imaginarnos la emoción de éste. La niña, con todo cuidado, le va santiguando res-

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