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192 que luego se haría casi evidente: que ellos «andaban muy especialmente a la caza de datos o pruebas en contra».) Se levantó la sesión... y en un momento en que don José María Sáez se quedó casi a solas con el Padre, se inclinó hacia éste para decirle: «Estoy con usted, P. Rodrigo». Don José María Sáei era, sin duda, el de mayor talla intelectual y teológica entre los sacerdotes de la Comi– sión; con este su reservado desahogo no quería decir que compartía el punto de vista del Padre en cuanto a la calificación de los hechos de Garabandal, sino que estaba con él en cuanto al enfoque de su estudio o examen. La primera nota episcopal Volvamos a las fechas de agosto en que nos encontrábamos. El cura de Barro pasó en Garabandal la noche del 22 al 23. No des– cansó mucho, por la inefable impresión de los fenómenos que había visto y por la bastante menos grata impresión que le habían dejado los «comisionados». «-A la mañana siguiente, terminada la misa, salía yo de la iglesia, cuando me encontré, junto al puentecillo que había delante, a don Va– lentín y al padre jesuíta: me esperaban para comunicarme las decisio– nes de la Comisión... Les dije que sabía aquello y más, y que de verdad sentía tener que marcharme, porque mi intención era quedarme varios días más en un lugar que ya me agradaba tanto. Entonces don Valentín habló aparte con el P. Andreu.. . y vino a decirme: "Pensamos otra cosa. Usted se va a quedar hoy de párroco aquí, porque yo tengo que ir a Santander". Me dio la llave de la iglesia y yo quedé muy contento, porque se cumplían mis deseos de permanecer en el pueblo al menos un día más.» «Después le dije al P. Andreu que me sentía animado a escribir una carta certificada al señor administrador apostólico de Santander, co– municándole las malas impresiones que había recibido de la Comisión. Le pareció bien, y así lo llevé a efecto.» A partir de este 23 de agosto de 1961, la humilde iglesia de San Sebastián no volvió a ser escenario de aquellos trances y «juegos» de las niñas. «-Por la tarde de ese día, para mí de feliz memoria, el P. Andreu me comunicó que había llegado una notificación del obispado para que se les cerrase la puerta de la iglesia a las niñas cuando estuvieran en éxtasis... » «Yo fui quien tuvo que cumplir por primera vez con esta disposi– ción. Al salir este día del rosario, rezado como de costumbre al atar– decer, las niñas entraron en éxtasis... Y al volver de sus vueltas por el pueblo, me impresionó sobremanera advertir que se pararon en el pór– tico las dos que venían extáticas, Loli y Jacinta. La cosa fue así: de– lante de la puerta de la iglesia estaba yo y frente a mí se quedaron ellas, teniendo a sus espaldas la entrada de piedra del pórico. Cierta– mente las niñas no sabían que se les iban a cerrar las puertas: esto sólo era conocido de quienes habían dado la orden y de quienes la debíamos
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