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Se fue con prisas a la montaña 187 cerca el espectáculo único de aquellas criaturas fuera de sí por una fuerza misteriosa: le fue dado también el tener ante sus ojos y Qídos el proceder de quienes estaban allí con obligaciones sagradas hacia aquellas criaturas y sus «cosas» ... «Todo mi afán -nos ha dicho el buen sacerdote- era pedir ·a Dios luz para el señor obispo y para los encargados de estudiar aque– llo.» No sabía él que tales encargados, por rara excepción, se encon– traban precisamente aquel día allí. Y con unas disposiciones muy poco a propósito para dejarse esclarecer por la luz de Dios. Veamos: «Los de la Comisión diocesana (él no tenía entonces ni noticia de su existencia, se lo explicaron luego) aparecieron bastante después del rosario, cuando ya las niñas andaban en éxtasis por el pueblo. Y siento tener que decir que, a mi juicio, no mereció ningún aplauso la actua– ción de los miembros de tal comisión en este día.» En una de las veces que las niñas volvieron a la iglesia, acertó a llegar el doctor Piñal, y desde la entrada, en voz bien alta, para que le oyeran todos los que rodeaban a las videntes, preguntó: «¿Qué? ¿To– davía continúa esta farsa?» «Aquí el único farsante es usted -le replicó el doctor Ortiz, de Santander, que en aquellos momentos tomaba con– cienzudamente las pulsaciones de Conchita-. No es éste el lugar apro– piado para decir esas cosas, y menos en público». No se habían reco– nocido los dos médicos. Mas fue cuestión de unos segundos. «DR. ÜRTIZ. - ¡Ah! ¿Pero eres tú? DR. PIÑAL. - Sí, y a ti te tengo yo que decir unas cuantas cosas en la sacristía. DR. ÜRTIZ. - Puedes decirme las que quieras.» Se fueron, efectivamente, a la sacristía, y «aquí termina, según dice don José Ramón, el estudio de la Comisión, por parte de los médicos, en este día; un estudio que no comenzó, para poder terminar». Pero tal vez los sacerdotes «comisionados»... Oigamos al testigo: «Uno de los sacerdotes de la Comisión llegó hasta el presbiterio y puesto allí, de espaldas al Santísimo y de cara al público, hizo sin re– cato ninguno, en voz bien alta, este comentario: «Yo, en esto no creo .. . pase lo que pase 34». Parece que también aquí terminó el estudio «teológico» realizado por la Comisión aquella noche. Pero los comisionados llevaban su fotógrafo «oficial». Pasó también al presbiterio, y allí estuvo al lado del sacerdote que hemos visto ¡tan bien dispuesto a la fe!; don José Ramón le oyó decir: «Yo no soy pro– fesional de arte; pero... )), Como la máquina del dicho fotógrafo era automática, cargada con carrete de color y provista de flash, don José Ramón le indicó que era una pena que se perdiese las preciosas foto- · grafías que podía hacer de Jacinta. y Loli, que estaban entonces arro– dilladas en la gradilla, .«y con una gracia y pose verdaderamente extra– ordinarias». La respuesta del fotógrafo fue desdeñosa y desabrida: que ya había hecho las fotos que tenía que hacer. 34 El autor de esta declaración tan «discreta» no fue el Rvdo. Odriozola, que aparece casi siempre como portavoz y «factotum» de la Comisión.
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