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184 «-No sabría explicároslo... He visto unas caras tan transformadas, de dulzura tan sensacional. .. -¿ Y no has oído cantar a muchos pajarines? -No, no he oído nada... Pero, ¡bueno!, ¿qué tonterías preguntáis? ¡Los pájaros nunca cantan de noche!» Esta rotunda afirmación dejó a la señora de Ortiz, no muy familia– rizada con la vida del campo, en el colmo del desconcierto ... Si los pájaros nunca cantan de noche, ¿ qué era aquello que ellas ciertísima– mente habían oído? Se le hubiera podido decir: «Mire, señora, los pá– jaros que cantan en Garabandal no son de los que pernoctan en las ramas de los árboles»... Por lo demás, no era aquélla la primera vez en que extraños y dul– císimos cantos de aves han venido a acompañar las especiales comuni– caciones de Dios con sus almas predilectas ... Adéntrese, quien quiera saber algo más de esto, por ciertas páginas de la vida de San Francisco de Asís; o por las de la crónica del viejísimo monasterio de Leyre (en los confines de Navarra con Aragón), cuando habla del santo abad Virila 31. En la familia del docto:. Ortiz, por aquello de que los pájaros nunca cantan de noche, y no había por qué exponerse a que les creyeran con alguna chifladura, se decidió no hablar por el momento del asunto. Pero cuando más tarde tuvieron ya suficiente confianza con las niñas y se enteraron de que había sido Jacinta la vidente de aquella noche, no se quedaron con las ganas de pedir alguna explicación. La niña se limitó a sonreír, y a decirles evasivamente: «Mi abuela también decía entonces, que oía a las golondrinas ... » Los «comisionados» enfrente El día 22 de agosto, martes, octava de la Asunción y fiesta del In– maculado Corazón de María, hacía por primera vez la ruta de río Nansa y río Vendul arriba un joven sacerdote asturiano que iba a quedar para siempre entrañablemente vinculado a Garabandal. De él tenemos un valioso documento que acaba de ver la luz pública: «Memorias de mis subidas a Garabandal (años de 1961, 62, 63, 64, 65, 66, 67 y 68). Por el P. José Ramón García de la Riva, cura párroco de Ntra. Sra. de los Dolores, del pueblo de Barro, arciprestazgo de Llanes, arzobispado de Oviedo (España)». Don José Ramón redactó estas memorias «a vuela pluma, y con el solo intento de llenar posibles lagunas en la información hecha hasta ahora, como ayuda para quienes puedan afrontar una tarea importante de investigación». Después de explicarnos en nota preliminar cómo trató de hacer «le– galmente» todas sus subidas a Garabandal, empieza a referirnos así la primera: 31 La «diplomática» del monasterio registra el nombre de este abad a partir del año 928.

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