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180 con los ojos llenos de lágrimas, pedía y pedía a la Virgen un milagro. Las niñas en éxtasis se asociaron a su petición... El silencio, sobre esta escena, era impresionante... De pronto, la cieguecita rompió a cantar una canción encantadora, llena de alegría. La emoción nos dominaban. «Por fin, Jacinta y Loli marcharon hacia la casa de esta última. Y ver– tiginosamente, sin que las pudiéramos seguir, subieron al primer piso, donde continuó la aparición. Poco después la ventana se abrió de golpe, y vimos a las dos niñas echándose hacia fuera y gritando suplicantes a su visión que no las dejara, que las llevase con ella. Era impresio– nante la vehemencia con que lo pedían; Poco después empezaron a hacer gestos de adiós con sus manos, como si la visión se les alejara por el horizonte, a la izquierda de los Pinos». El relato es precioso, como cualquiera puede apreciar. Pero de la misma testigo tenemos otro que se refiere también a estos días esti– vales de agosto, y que nos muestra una vez más a las niñas en plena intimidad con la Madre. «Ceferino, delante de su casa, me dijo que subiera en seguida a los Pinos, pues Mari Cruz llevaba ya un buen rato en éxtasis. Fue el día en que un grupo de "peregrinos", reunidos allá arriba en torno a las niñas, entendieron a Mari Cruz decirle a su visión: "¡Ah! Entonces es un padre dominico el que está aquí vestido ·de paisano". (El hecho es cierto, pues luego, por la tarde, me lo contó el mismo religioso, como de unos treinta años, que estaba muy impresionado, ya que él no había revelado a nadie ni su condición ni su identidad). «Cuando yo llegué, Mari Cruz daba a besar a su visión una gran cantidad de rosarios y medallas -quizá no menos de una centena-, al mismo tiempo que iniciaba un descenso de espaldas hacia el pueblo... Había que verla: unos momentos, detenía su marcha; otros, la acele– raba vertiginosamente, rozando apenas con sus pies el terreno, tan accidentado. «A medio camino, ya cerca del "cuadro", también Loli y Jacinta, que la acompañaban, entraron en éxtasis, y cogidas del brazo las tres, mar– charon hacia la iglesia, que por aquellos días aún no se cerraba a las videntes. Antes de penetrar en su interior, ellas dieron varias vueltas en torno, desgranando las avemarías del rosario 28. La multitud alrede– dor se había hecho m1.:1y compacta... n El canto de esta criatura de tres años me parece que está para decirnos mucho. Es una prueba de que las peticiones que se estaban haciendo por ella, no se perdían en el vacío. En vez de la vista corporal, que se pedía, recibía ella otra gracia o iluminación interior, más valiosa, que desataba su lengua para el miste– rioso desahogo del canto. Y es que una cosa habemos de tener por cierta desde el punto de vista de la fe: ¡nunca recurrimos inútilmente a Dios! Si no recibimos precisamente aquello por lo que íbamos, y que tal vez no era lo más conveniente desde todos los aspectos, se nos compensará con otras cosas, subestimadas de momento, pero que se irán de– mostrando como más beneficiosas. Después de todo, lo de aquí y ahora no es siempre lo más importante. 28 Muchas, muchas veces ocurrieron estas como marchas procesionales en torno a la iglesia. Algo querrían decir del valor del lugar sagrado en orden a encontrar-

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