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Se fue con prisas a la montaña 177 he visto y sentido... Quisiera montar este trabajo sobre algo que me confió Loli el 7 de octubre de 1962: "Si se supiese lo que Ella nos quie– re, no tendríamos más remedio que quererla tam'bién muchísimo". «Eran las dos de la tarde cuando yo llegué por primera vez a San Sebastián de Garabandal. Entré con mi hermana en el bar o taberna de Ceferino, padre de Loli. El local estaba vacío, porque las "aparicio– nes" tenían lugar, de ordinario, bastante más tarde, hacia la hora del crepúsculo (sólo sé de dos o tres casos en que ocurrieron a mediodía). Pedimos de comer, y la misma Loli se dispuso a servirnos. Debía de ser la primera vez que lo hacía, porque me pidió que la instruyera sobre el tenedor y el cuchillo. Por entonces, las pequeñas, en sus familias, comían de un puchero sin utilizar cubiertos. «Apenas habíamos acabado nosotras de comer, cuando Loli llegó co– rriendo de fuera, toda sofocada, y dijo a su padre: "Papá, ven de prisa, que Jacinta ya tiene aparición." »Corrimos todos hacia la pequeña plaza que está en el centro del pueblo. Allí, bajo el día luminoso y cálido, estaba Jacinta, andando muy despacio, con su gran muñeca en la mano, la cabeza echada hacia atrás y esa sublime expresión de todo el rostro que no hay manera de des– cribir. Su familia la seguía, en actitud del mayor respeto. María, su madre, quiso en un momento dado arrancarle de las manos la muñeca; pero Jacinta, sumergida en su visión, se lo impidió con un movimiento firme y brusco. Instantes después, vimos cómo la niña alzaba su mu– ñeca hacia la visión, empinándose cuanto podía sobre la punta de los pies, ayudada por sus dos compañeras Loli y Conchita, que la levan– taban. Loli, que estaba como loca de alegría al ver a su amiga en trance, la, tomó por el brazo, y al punto, con una rapidez de relámpago, cayó ella misma en éxtasis. »Las dos pequeñas, inundadas de felicidad, apretándose la una contra la otra, empezaron a recorrer el pueblo... Fue entonces cuando yo escu– ché por primera vez ese reír de Loli en éxtasis, que tanto me ha conmo– vido siempre. Era un reír de gloria, pleno de dicha; pero al mismo tiempo, silencioso, respetuoso, místico. No tenía nada de este mundo, ni del aire festivo de la tierra: estaba como embriagado de cosas del cielo. »Las dos escuchaban... , y respondían a su visión, con un hablar lleno de misterio, apenas perceptible. »Corríamos detrás de ellas, cuando, cerca de la casa que hoy es de Mercedes Salisachs, su expresión cambió totalmente, y empezaron a gritar con voz ronca, reflejando en su rostro el mayor desconcierto y susto: "¿Quién eres tú?... Dínoslo. ¿Quién eres?... " Así estuvieron unos minutos que parecían inacabables. »Entonces fue cuando María, la madre de Jacinta, me dijo confiden– cialmente: "Ayer escucharon ellas por primera vez esa extraña voz. Y tuvieron mucho miedo. A pesar de que la Santísima Virgen les había advertido ya, diciéndoles que no tuvieran miedo... Parece que esta voz
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