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166 veras medidas, si continuaban con sus inverosímiles historias ... El hecho es que Morales creyó haber logrado plenamente su propósito, pues las niñas, bien trabajadas, terminaban con una actitud de admirable doci– lidad: «Sí, señor, sí; haremos como usted dice.» Entonces, él, satisfecho, seguro de sí mismo, de su importancia y su ascendiente, se dirigió a la calleja para poner el punto final de cara al público; y, frente a las numerosas personas que esperaban la hora de los éxtasis, proclamó: «Están ustedes perdiendo el tiempo. Hoy las niñas no vendrán aquí: esta farsa ha terminado. Se lo asegura el doctor Morales. Ya se pueden marchar.» Y cándose media vuelta, inició el descenso con quien le acompañaba. Aún no habían andado mucho, cuando pudieron ver a las niñas que, en veloz carrera, acudían a la cita de la Virgen. Por lo visto, había sobre ellas una fuerza que no se plegaba a los deseos y decisiones del doctor Morales 1. A esta misma fecha, o a las próximas, debe de pertenecer, aunque no lo sé de cierto, la escena que nos ofrece una fotografía de los pri– meros tiempos: el doctor Piñal al lado de Mari Loli en éxtasis, ponién– dole colirio en los ojos... ¿Para qué? Según referencias, no tanto para ver las reacciones de la niña -lo que hubiera estado justificado, pues para eso debía estar él allí: para observar y estudiar-, cuanto para ver si lograba sacarla de aquel trance y demostrar así a todos que no había nada de verdad en tales fenómenos. Pero la niña siguió tan fuera de sí como antes, de lleno en lo suyo; sin la más pequeña variación, sin que su sensibilidad acusara recibo del colirio con que le obsequiaba el doctor Piñal. Evidentemente, los éxtasis no dependían de quereres o planes hu– manos. Empezaban cuando Alguien misterioso decidía, y acababan cuan– do ese mismo Alguien les ponía punto final. Si inútilmente, en esta oca– sión, trató de cortar uno el doctor Piñal, no menos inútilmente trataron de provocarlos en distintas ocasiones otros médicos. El hombre puede muchas cosas; pero hay otras muchas, muchísimas, que le sobrepasan. Y es muy sabio reconocerlo. No le habrá pasado inadvertido al lector el talante con que actúan los miembros de la Comisión episcopal: las pocas veces que «se mo– lestan» en subir al lugar de los sucesos, parece que van sobre todo a 1 «El martes, día 11, vinieron el doctor Morales y el doctor Piñal. No sé de la opinión científica de los doctores, lo que sí sé es que el doctor Morales dijo que aquel martes no sucedería nada, pues si las niñas estaban sugestionadas, él las desugestionaría... »Cuando subían las niñas hacia "el cuadro", él estaba en el camino; pasaron las niñas sin hacerle ningún caso, y estuvieron luego en éxtasis como unos siete mi– nutos. »Al día siguiente comentaban: "¿No decía el carmelita que ya no veríamos más al ángel?" (El doctor Morales les había dicho que él era carmelita)». (De unas notas de don Valentín.)

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