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162 exactamente igual que cuando hablaba en la tierra. Y cuando ya habló un rato, dándonos consejos, nos dijo también alguna cosa para su her– mano el P. Ramón; y nos enseñaba palabras en francés, y a rezar en griego. También nos enseñó palabras en alemán y en inglés. Y al cabo de un rato, ya no sentíamos su voz, y nos hablaba ta Virgen y estuvo un momento más y se marchó.» No cabe duda de que las niñas pronunciaron más de una vez, en sus éxtasis, palabras o frases en lenguas que les eran totalm~nte descono– cidas. Hay testigos de toda solvencia. En la edición francesa del diario de Conchita se recoge esta declaración del P. Ramón María Andreu: «Ciertamente, las niñas han hablado más de una vez en lenguas extran– jeras. Yo mismo he escuchado, a una de ellas recitar el avemaría en griego. Y tengo en mi poder una carta de Conchita, de la que quisiera repetiros íntegramente varios párrafos, en los que me da cuenta de las cosas que .aprendió en francés, por habérselas oído, en éxtasis, a mi hermano» (pág. 57). Más de uno ha expresado su opinión de que esto de las palabras o frases en lenguas extrañas parece «un juego» demasiado inútil, y hasta un poco tonto, para admitirlo como procedente del cielo... Con todo respeto para su perspicacia, yo me atrevo a hacer estas observaciones: Todo lo de Dios ha de tener su porqué; pero no todo lo de Dios nos ha de aparecer enseguida con suficiente claridad en cuanto a motivacio– nes y finalidad. El se mueve siempre para nosotros en zonas de miste– rio. Y se va desvelando progresivamente... según sus designios, y en la medida en que nosotros le aceptamos o, al menos, no le salimos con obstáculos. Cuando se van descubriendo marcas divinas a favor de una realidad. dada, en su conjunto, sería necio pretender descalificarla, por– que no todos sus detalles, y en seguida, se nos muestran a buena luz. ¿Cuál es el «estilo» de Dios que nos enseña la Escritura? ¿Tal vez el de proclamar desde el principio todas sus intenciones o planes e ir dando en todo instante explicaciones de todo? Tenemos que aprender a fiarnos de El, y por unas cosas en que le entendemos, aceptar otras aunque no le entendamos. Ante Dios no valen las posturas de simple sagacidad humana, y menos, si están empapadas de orgullo o auto– suficiencia. Me he preguntado más de una vez, si esto de las lenguas ex;trañas en Garabandal no venía precisamente apuntando a la dimensión univer– salista de su «misterio»... Menos que nunca podía encerrarse a la Virgen y su acción entre horizontes localistas o nacionales; en torno suyo sonaban diversas lenguas, porque Ella venía para todos, para los de lejos como para los de cerca. Y no deja de llenarme de alegría el que en esas visitas de la Madre, sonara el avemaría, la primerísima plegaria mariana, precisamente en griego. ¿No fue en esa lengua en la que se escribió por primera vez? ¿No fue de esa lengua de la que se tradujo a todas las demás? Y la lengua griega, lengua de la primera Iglesia ecuménica, sigue siendo el símbolo de una porción importantísima de cristianos de hoy, que deben encontrarse con nosotros en una misma comunión de fe y caridad. La Virgen_ venía a nosotros, por Garabandal, en una gran hora ecu– ménica, y quizá todo esto de las lenguas, aparte de su valor de «mila-
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