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Se fue con prisas a la montaña 157 Pero los designios de Dios son inescrutables. El P. Ramón María, que había recibido en Valladolid la llamada telefónica a las seis y cuarto de la mañana, llegó a Reinosa a las once. Después de cumplir piadosamente con su hermano, fue recogiendo las pocas cosillas de su pertenencia; entre ellas, u:i cuadernillo que llevaba en el bolso de su sotana: el cuadernillo número 3, donde había apun– tado muy sumariamente las incidencias del dfa anterior en Garabandal. Pudo luego entretenerse con el P. Royo Marín, y de sus labios reco– gió estas afirmaciones: «Esto de Garabandal no tiene duda; lo mepos que puede hacerse es tomarlo en serio. La marcha extática, para mí resulta clarísima: era sin luz, y tan rápida, que no podíamos seguir a las niñas; no miraban por dónde iban, y no tropezaban con nada (sólo observé algún ligerísimo resbalar sobre la yerba mojada). Llevaban los ojos bien abiertos; pero aquellos ojos estaban muertos para las excitaciones sensoriales que a todos nos afectan... · »Su hermano sabía mucho, tenía que ser un buen profesor: analizaba bien las cosas, y estábamos de acuerdo en todo» 29. «A tus fieles, Señor... » Si el P. Luis María Andreu no murió de enfermedad, pues no se le conocía ninguna, ¿de qué murió, entonces? Oigamos de nuevo al señor Fontaneda: «Siempre que he comentado con mi esposa estas escenas, tan terriblemente impresionantes para nosotros, hemos sentido a la vez una paz y u:i no sé qué de serenidad inconfundible. Y sólo encontramos una respuesta para la pregunta ¿De qué murió el Padre?: ¡El murió de felicidad! »No obstante haber pasado en fracciones de segundo· de la norma– lidad más completa a un estado de cadáver, sobre los labios le quedó la sonrisa... »Cuando, vuelto a Garabandal, oí a las niñas lo que me decían sobre el Padre, y escuché alguno de sus diálogos extáticos en que hablaban de él o con él, todas las escenas de aquella dolorosa madrugada del 9 29 La opinión del P. Royo Martín sobre Garabandal era bien firme. Diez días después, el 18 de agosto, a las tres treintc. de la tarde, llamaba él desde Castro Urdiales (hermosa villa de la costa santander:na) a un grupito de personas que querían ir con él y el P. Andreu a Santander, para informar sobre lo sucedido: «Estoy enfermo, con cuarenta de fiebre, y muy a pesar mío no puedo acompa– ñarles; pero vayan ustedes al señor obispo y díganle de □i parte, sin ninguna re– serva, que lo de San Sebastián de Garabandal es sobrenatural con toda certeza. Esta es, al menos, mi opinión. Y que él tiene obligación de ir a verlo. Si no quiere ir, llévenlo ustedes como sea... Hay un deber grave de aceptar lo que Dios hace con suficiente claridad.» El P. Royo Marín, después de estos días de agosto, no v.:>lvió a encontrar ocasión de subir a la famosa aldea. ¿Había cambiado de opinión? A principios de 1965 esta– ba en Santander, predicando en cierta ig\esia de la ciudad; un día, acabada su misa, pasaron a la sacristía varias persons y le preguntaron: «Padre, ¿qué piensa sobre las apariciones?» -«Yo no he podido retornar a Garabandal. Por consiguiente, no tengo opinión sobre lo que haya pasado después de mi última ·visita. Pero lo que allí había cuando yo estuve, no me cabe duda de que era veráad.»
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