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156 v1S1ones ... ¿Por qué nos habrá escogido la Santísima Virgen? ... Hoy ES EL DÍA MÁS FELIZ DE MI VIDA". »Cesó de hablar con esta última frase. Entonces yo le pregunté algo, y al no tener respuesta, le dije: "Padre, ¿le pasa algo?" "No, nada. Sueño". E inclinó la cabeza, al mismo tiempo que emitía un ligero rui– do como de carraspeo. José Salceda volvió la cabeza hacia él, y al obser– var sus ojos, exclamó: '¡El Padre está muy mal!" Rápidamente mi espo– sa le tomó por la muñeca, para comprobar su pulso, y gritó: "Para, para, que no tiene pulso. Aquí tenemos una clínica: hay que llevarle inme– diatarnente". »Yo creía que se trataba sólq de un mareo, y al parar el coche, me puse a abrir la puerta mientras le decía: "No se preocupe, Padre, que no es nada; se le pasará en seguida con un poco de aire". Pero mi es– posa insistía: "Hay que llevarle inmediatamente a la clínica". "-No digas tonterías". "-Pero ¡si está sin conocimiento!. .. " »Le llevarnos a la clínica, que estaba a muy pocos metros, y la en– fermera que nos abrió, nos dijo inmediatamente que estaba muerto. Le replicó mi mujer que no podía ser... , y que había que hacer algo. La enfermera le puso una inyección, mientras José Salceda corría a llamar a un médico y a un sacerdote. El médico 21 llegó a los diez mi– nutos; pero sólo pudo constatar que era efectivamente cadáver. Inme– diatamente llegó el párroco, y le administró la santa unción. »Pasados los primeros instantes de total desconcierto y nerviosis– mo, empezamos a hacer algo: llamé por teléfono a su hermano el P. Ramón, que estaba en Valladolid, dando los ejercicios espirituales a una comunidad de religiosas; me comuniqué también con Aguilar de Campoo, y horas más tarde fueron llegando mis hermanos y mi cuñado. Felizmente, también llegó a Reinosa el P. Royo Marín, que nos acom– pañó y consoló 2 8 • Y hacia media mañana se presentó el P. Ramón María Andreu». Podemos imaginarnos la impresión de este último al encontrarse con el cadáver de aquel hermano menor, de treinta y seis año5¡... La noticia de su fallecimiento había sido como un mazazo inmisericorde. ¿Cótno esperar una cosa así? Nunca le había visto enfermo, ni había oído nunca que tuviese alguna afección cardíaca (sólo sabía de su aler– gia a las emanaciones de la yerba o heno, que le obligaba a tomar cier– tos medicamentos en las primaveras) y tenía buenas razones para creer– le lleno de vitalidad, pues en Oña hacía deporte .con frecuencia, y en los días de vacación salía con otros compañeros a caminar por aquellos montes. Era un hombre que prometía mucho, y nadie dudaba de que estaría «rindiendo» durante muchos años. «peritos» de la Comisión episcopal han encontrado en ese mismo trato una pode– rosa razón para llegar a su actitud negativa. ¡No pueden con la «nimiedad o pue– rilidad de los diálogos»! :n Su nombre, don Vicente González. El del establecimiento sanitario a donde fue llevado el Padre, «Clínica Montesclaros» (sin duda, en honor de la Virgen de Mon– tesclaros, que tiene su santuario no muy lejos de Reinosa y es muy venerada por toda la región). 28 El P. Royo Marín, aunque levantino, tenía familiares en Reinosa, y esto ex– plica su parada allí, pues seguramente ignoraba al inesperada muerte del P. Luis María.

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