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Se fue con prisas a la montaña 149 Actuando ya de cura, el P. Luis hizo que tocaran las campanas de la torre para la misa. Y a pesar de ser un día laborable, acudió bastante gente: forasteros, del pueblo. Comulgaron «unas veinte personas, entre ellas Conchita, Jacinta y Mari Loli» 14. «La misa que celebró el Padre -asegura don Rafael Fontaneda– fue extraordinariamente sentida. Emocionó a todos los asistentes». Del hecho no cabe duda, pues hay bastantes testimonios. ¿A qué se debió? «Al principió, lo ·atribuyeron algunos a la presencia de las videntes. Después, se relacionó con el hecho de que aquella misa iba a ser ¡la última!, -del Padre.. ., y tal vez tuviera algún extraño presentimiento... También pudo contribuir el pequeño incidente de que, al ir a servir las vinajeras, las encontraron vacías; el ayudante corrió a buscar vino a una casa vecina, y volvió propto con él, pero quedaba el recelo de que estuviera más o menos adulterado: el P. Luis se recogió unos momentos en oración, los ojos cerrados, las manos juntas ante el pecho.. ., después hizo un gesto para que le sirvieran la vinajera, y prosiguió la misa con toda serenidad y devoción. «Todo aquello, unido a la emoción de las apariciones de la víspera y a la expectación por las que se esperaban aquel día, pudo tener deci– siva influencia en la devoción y fervor colectivo de aquella celebración. Lo cierto es que el público, a la salida de la iglesia, comentó el silencio, la piedad y la emoción de fe con que el celebrante y asistentes se unie– ron, en íntima comunión, ante el altar» 15. No hubo ninguna otra novedad por la mañana; pero todos estaban expectantes, pues las niñas habían anunciado aparición para poco des– pués de comer, a las dos de la tarde. A esa hora, ellas, acompañadas de mucha gente, entran en la iglesia; no falta ninguna de las cuatro. «A las 2,11 quedan extáticas. Sonríen algo. Jacinta, más. Mari Cruz, gesto de encogida»; es lo primero que anota el P. Luis en su cuaderni– llo. Va poniendo después lo que logra captar de los diálogos. «El Padre, escribe don Rafael Fontaneda, estaba junto a las niñas, y como había hecho en las ocasiones anteriores, anotaba atentamente todo lo que ellas hacían o decían. Pero en este éxtasis parecía extraña– mente absorto, y los más próximos a él veían correr lágrimas silenciosas por sus mejillas 16». No solamente tomaba potas el P. Luis; había allí otros dos especta– dores, que también estaban a que no se les perdiera detalle: el semina– rista de Aguilar, Andrés Pardo, y el ilustre P. dominico, Antonio Royo Marín. Por las notas de unos y otros, sabemos que Conchita dijo a la visión, entre otras cosas: <¿Sabes lo que te digo? Que tienes que dar una prue– ba; que a... les des una prueba... A Lourdes y Fátima les diste una 14 De un cuadernillo de notas que fue tomando el mismo P. Luis María en ese día de Garabandal, y que ahora guarda su hermano el Padre Ramón. 15 Sánchez-.Ventura, o. c., núm. 38, pág. 115. 16 Cuando al día siguiente, en Reinosa, se le referían estos pormenores al P. Ra– món María Andreu, éste no pudo ocultar su extrañeza, pues aseguraba que «jamás había visto llorar a su -hermano,.,

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