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Se fue con pri~as a la montaña 141 No mucho más tarde, aparecieron Loli y Jacinta corriendo hacia «el cuadro»... El revuelo que se armó fue fenomenal. En la más desorde– nada avalancha se lanzaron todos hacia el punto indicado. El P. Ramón María, por no atropellar a nadie y también por no ser atr opellado, se apartó como pudo para dejar pasar aquella ola.. ., con lo que luego tuvo que resignarse a quedar en la periferia de los espectadores, sin poder seguir de cerca unos fenómenos que tanto tenían que intersarle. Para poder captar algo siquiera, vio de encaramarse a uno de los pequeños muros de piedras sueltas que bordeaban «la calleja» en aquel punto; pero con tan mala suerte, que las piedras empezaron a correrse y a caer, con no pequeño ruido... La gente se volvió a mirar, protestando de aquel ruido que no dejaba entender nada de lo que decían las niñas en éxt aisis. Y entonces el pobre Padre se encogió cuanto pudo, para hur ta rse a aquellas mjradas nada benévolas. En es.to estaba, cuando siente que por detrás alguien le agarra. de los b razos~ se vuelve y ve una especie de gigante -así, por lo -menos, le pareció a él- que le levanta y empieza a empujarle a través de aquel compacto cerco de curioso~ hacia donde estaban las niñas, mientras va diciendo enérgicamente a unos y a otros: «Paso a la autoridad ecle– siástica ». Gracias a tan providencial ayuda, el P. Ramón se encontró inespe– r adamente en el mejor punto de observación, pegadito a las videntes, y junto a su hermano, a quien descubrió allí, tomando concienzuda– mente notas en un cuadernillo. El no estaba así de concentrado, ni tam– poco emocionado. Su primera atención fue para un señor que tenía al lado, en cuclillas, y muy puesto a seguir el pulso de las niñas. Cada poco levantaba la cabeza hacia la gente y decía: «Normal... Normal...» El brigada acabó cansándose de tanto «Normal.. .», y le preguntó: «Oiga: ¿es usted médico?» «-No, señor, soy periodista». «-Pues entonces, haga el favor de retirarse de ahí inmediatamente». «-Con muchó gusto. Usted dispense». Estos detalles un poco chuscos, y los que les habían precedido, lle– varon al P. Ramón a pensar para sus adentros: «Esto no tiene pies JÚ cabeza,.. De pronto, las niñas, las dos a la vez, con absoluta simultaneidad, vuelven en sí y miran cándidamente a su alrededor... A nadie- se le ocu– rre nada . En tonces don Valentín, que ya tiene alguna práctica en estos lances (después de un mes largo de familiaridad con ellos), se acerca y les p regun ta, con su típico tartamudeo: «¿Qué, qué, qué dice la Virgen?» . «--La Virgen dice que. subamos a los Pinos, nosotras, nuestros pa– dres, los guardias, los sacerdotes y las monjas; y los demás, que se queden abajo». diciendo a la gente: «Estar preparados, que ya han tenido dos avisos...•, y en seguida saltó la ocurrencia del buen andaluz en boca del sefior Domecq, padre: «¡Cuidado, Alvarito, no te los den a ti mañana!» · Nota parm. lectores no españoles: los «avisos» en las plazas de toros, son de la autoridaid que preside la corrida, para los t()J"eros que no lo ·están haciendo bien.
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